EL LADO CORRECTO DE LA HISTORIA

 

Situarse en el lado correcto de la historia puede no resultar fácil en estos días en los que, las posiciones tienden a situarse tras trincheras ideológicas. Sin atender a más razón que el temor a verse apartado del grupo por pensar diferente.

No es necesario sostener una ideología política para entender que matar no está bien. Se puede entender que uno tiene que defenderse y que, ese derecho, puede provocar muertes. Pero es todavía más sencillo de entender que, difícilmente, la matanza indiscriminada de personas, se pueda justificar por el derecho a defenderte. ¿De quién te defiendes cuando matas a un niño? ¿Y cómo se conjuga esa aberración con hacerlo disparando a la cabeza de esos menores, desde un centenar de metros? En realidad la vileza de ese acto muestra la miseria moral de quien lo hace.

Mucho más complicado resulta mirar a los ojos a quien defiende ese modo de hacer las cosas. A quien justifica tamaña barbaridad. Para mí, como persona, quien defiende estos actos me provoca que lo mire con cierto desprecio. Y no importará si dentro de un tiempo modifica su postura. Quién es, ya lo ha demostrado.

Normalmente aquellos que atacan a un determinado colectivo en busca de su criminalización, su señalamiento o por puro desprecio al diferente; no hacen sino evidenciar sus propias carencias. Su incapacidad para entender que la diversidad (social, cultural, sexual, religiosa…) enriquece a la sociedad que la admite. Son los que señalan los verdaderos bárbaros de la sociedad.

Casi siempre este modo de actuar atiende, en mi modesta opinión, a dos ámbitos: el económico y el simplismo intelectual. Por un lado el dinero lo puede casi todo. La mayoría de los que creen que el foráneo le roba su trabajo, no tarda nada en explotarlo si de trabajar para él se trata. Los trabajos no cualificados, casi siempre, los realizan personas que llegan de otros países o lugares. Muchos de ellos con más preparación que los nativos (las homologaciones tardan mucho). En lugar de integrar, y con ello aprovechar esos conocimientos, muchos buscan azuzar a las masas para desviar la atención del saqueo que se produce en otras esferas sociales a las que se presta menos atención.

El simplismo intelectual va mucho más lejos. Son muchos los intelectuales que se afanan en explicaciones de lo más variopintas para justificar legislaciones excluyentes o políticas raciales o sociales tendentes a generar guetos. Si uno presta atención  a sus discursos (casi siempre bien dotados de literatura tan abundante como vacía). Se da cuenta de que hay un sesgo común, una inclinación hacia un cierto absolutismo social y moral. En el que sólo caben aquellos que piensan del mismo modo.

La diferencia entre coerción y libertad debería de ser fácilmente observable hoy día. Pero no es así. Una parte de la sociedad aboga por la coerción como herramienta de adoctrinamiento social. Algo que no es nuevo, cualquier sociedad en la que una determinada religión tenga ascendencia sobre la misma, vivirá sometida a un modo “correcto” de hacer las cosas.

La libertad no consiste en tomarse una caña en una terraza, ni en salir de fiesta cuando nos da la gana. La verdadera libertad la tienes cuando tu comportamiento individual  no coarta, no somete a otro. Es un derecho fundamental para poder autodeterminarse como uno quiera, sin miedo, con respeto.

La equidistancia, uno de los grandes males de la humanidad, se convierte de facto en el elemento coadyuvante que utilizan aquellos que pretenden retorcer los procesos sociales. Los que provocan revueltas sociales en x países porque aquella u otra política no le va bien a sus intereses. Y si para ello hay que matar, se mata. El equidistante siempre será cómplice de ello.

Y, por desgracia, en este país los equidistantes todavía son legión. Los que miran detrás de los visillos, los que señalan desde lejos, los que miran para otro lado… Por eso me alegra tanto que salga la gente a la calle para manifestarse por lo que importa de verdad. Para intentar frenar las matanzas, para evitar los abusos… esa actitud es la que pone en valor una sociedad. Y hay que decirlo alto y claro.

No sé si estoy exactamente en el lado correcto. Pero sí sé que no me verán del lado del opresor.

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