Aprendiendo a bailar
A veces la vida puede resultar abrumadora. Tanto en positivo como en negativo. Nada te prepara que llevar tus emociones más allá de dónde puedes controlarlas. Y ese rubicón se puede convertir en un lugar difícil.
Los deseos, los anhelos, suelen ayudarnos a movernos en una determinada dirección. Paralelamente los enemigos que vayamos encontrando en el camino tratarán de poner palos en la ruedas con las que circulan nuestros sueños. La mayoría optarán por la confrontación, si fuese necesaria. Lo que desgasta de manera brutal y apenas ofrece satisfacción alguna. Las pequeñas conquistas de aquello que hemos deseado resulta siempre más plena que las vacías victorias ante nuestros enemigos. La indiferencia suele ser un arma fabulosa para con ellos.
Lorca decía, no conociendo todavía su infausto destino, que la vida resulta tan breve que necesitamos dejar de lado las melancolías y las penas, para sumergirnos de lleno en los pequeños placeres que nos da. Que valen más cinco minutos en los brazos de un ser amado que el resto del día añorando ese tiempo.
Al nuestro lado aparecen siempre aquellos que cuestionan nuestros anhelos, que nos dicen: “no es para tanto”. Normalmente son gente que finge que no les gustan las uvas cuando la vides están demasiado altas para alcanzarlas. El realidad se lanzarían desesperados a comerlas, incluso te negarían el acceso, si este fuese fácil. También es bueno conocer a quien sonriéndonos, socava nuestro progreso.
Es muy fácil criticar a otro, señalarle con el dedo, inferir actitudes de palabras siquiera escuchadas salvo en boca de otros. Lo difícil es mirarse al espejo y conocerse. La introspección requiere arrojo. Y no se trata de auto flagelarse, sino de observarnos para tratar de mejorar aquello que nos condiciona. Y si no es posible, al menos ser conscientes de esa posible rémora. Sobre todo cuando abrimos la boca respecto de otros.
Nuestra fortaleza se mide cuando enfrentamos una verdadera dificultad. Una de esas que te pone entre la espada y la pared, con aparente poco margen de salida. Encontrar recursos, mentales o no, es una muestra de que somos más capaces de lo que creemos. Casi todos lo somos. Aunque en ocasiones nos arrase lo sobrevenido. En cuyo caso es bueno conocer con quien puedes o no contar, y para qué. Pues no siempre los más capaces son los adecuados para ayudarnos. A veces se precisa a alguien intrépido, o calmo...
Mi adorado Alvite (columnista y escritor) decía: “El fracaso es el único lugar en el que puedes sentirte seguro. Nadie intenta quitarte el último puesto”. Y tenía razón, aunque serán muchos los que acudan a tu caída para poner una piedra más. Sin embargo el fracaso en sí mismo no es una pérdida, todo lo más una consecuencia de haberlo intentado, de haber tenido arrestos como para afrontar las cosas. El fracaso, como nos enseña Kierkegaard (“No atreverse implica perderse a uno mismo”), está en no intentarlo. En no averiguar qué puede suceder.
La crítica, otra voraz enemiga del ser humano, casi siempre tiene efectos perversos sobre las personas. No es fácil aceptarla, lidiar con ella. Aunque habremos de valorarla en su justa medida. Si es real puede ayudarnos a conocernos un poco más y a tratar de mejorar. Y si sabemos que es falsa, no merece ni tiempo ni esfuerzo rebatirla.
Los miedos, a veces atávicos, suelen bloquearnos. Son nuestros enemigos cuando coartan nuestra capacidad de acción. Afrontar aquello que evitamos suele ser el mejor modo de diluir la congoja. No siempre es fácil. En ocasiones necesitaremos ayuda. Algo que podremos encontrar en la lectura, en amigos, o en profesionales. Una vez identificado hay que afrontarlo. Soslayarlo, algo que solemos hacer con frecuencia también, no lo corrige. Sólo dilapida nuestras fuerzas.
Y qué ocurre cuando los miedos se transforman en un monstruo que amenaza con devorarnos. El odio también nos puede transformar en aquello que odiamos. Si buscamos un poco en nuestro interior, solos o con ayuda, hallaremos las herramientas con las que poder atornillar desde dentro nuestras desvencijadas estructuras.
Los seres humanos tenemos, generalmente, más capacidades de las que somos conscientes. Un poco como un moderno teléfono u ordenador. Utilizamos, casi siempre, una parte menor de todo el haber que poseemos. Si somos conscientes de esta cualidad (quiero creer que una mayoría puede serlo), podremos ser optimistas. Sin embargo nada hay peor que saber que puedes hacer algo y no hacerlo. El miedo no necesita más barrotes que la creencia en él.
Somos capaces de lo mejor y de lo peor. Una máquina asombrosa que puede llegar a cota inimaginables o arredrarse y no salir de su escondite. Como diría Borges: “ Uno puede dar lo que no tiene. Una persona puede dar felicidad y no ser feliz; puede dar miedo y no estar aterrada; puede dar sabiduría y no tenerla. Todo es tan misterioso en el mundo”.
Terminaría esta reflexión sobre la vida y sus fronteras, poniendo negro sobre blanco algo que está ahí, que es intrínseco al ser humano. Nunca se debe de hacer el bien si no se está preparado para soportar la ingratitud. Uno debe de hacer las cosas porque quiere, sin esperar respuesta. Muchos son los que hacen esperando una respuesta similar. Eso, en mi modesta opinión, es un error.
La vida no va de esperar que pase la tormenta a nuestro alrededor, sino de aprender a saber bailar bajo la lluvia. Y disfrutar incluso de esos malos instantes en los que todo parece venirse abajo. Y el amor no va de encontrar a alguien con quien vivir, sino de toparse con alguien sin quien no quieras vivir.
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