Cuando ser educado no está de moda

 

Antonio Escohotado manifestaba, en una entrevista, que un país era más rico en la medida en la que la educación de sus habitantes se ponía de manifiesto con facilidad, en el día a día. Sin duda es así. La cortesía, hoy mal cuestionada (a mi pensar); por colectivos que, en la búsqueda legítima de un empoderamiento muchos siglos negado, tienden a llevar a extremos lo que hasta no hace mucho era habitual.

Se ha perdido el respeto en las conversaciones cotidianas, una parte de la sociedad camina por la vida como autómatas, pendientes de una pantalla o sumergidos en lo que llega a sus oídos a través de los audífonos. No saludan, gruñen. No levantan la mirada para hablar contigo. No son capaces de generar una conversación en la que no puedan incluir su jerga.


Uno mira un programa de televisión o escucha uno de radio y dónde antes era habitual respetar el turno de palabra y que la disertación de un invitado tuviese relación con la que exponía el otro; ha dejado paso a una suerte de feria medieval en la que cada uno cuenta su película, venga o no a cuenta. Y, lo que es peor, no sólo no respeta el turno de palabra, sino que trata de pisar el argumentario del otro para que no se entienda. Lo que evidencia, sobre todo, un profundo complejo de inferioridad. Al no ser capaz de defender tus postulados sin pisar a otro.


Si uno se da una vuelta por internet y presta un poco de atención a los muchos podcast que inundan las redes, puede darse cuenta de tres cosas que los definen: El sesgo ideológico que niega, por la profundidad del mismo, la existencia de un relato diferente al que proponen. La carencia de formación en muchos de los que los dirigen o presentan, lo que no les impide lanzarse a los desconocido de los temas sentando cátedra con argumentos vacíos o lugares comunes. Y por último un ego brutal de quien, teniendo miles o millones de seguidores, cree que eso le hace importante. Cuando lo único que pone de manifiesto es su habilidad como pastor. De un rebaño que le sigue fiel, sin cuestionarse nada.


El comportamiento social ha cambiado también. Y lo ha hecho partiendo de una depauperada educación en el hogar. Casas en las que se ha dejado de lado la función educadora de los padres en manos de pantallas que permiten que los niños molesten menos. O los más mayores dejen de tener conversaciones inteligentes con sus nietos. Hoy día resulta más sencillo hacer amigos para un anciano que para un niño. Las razones son muchas, pero dos destacan por encima de las demás: la capacidad de hablar con los demás y una educación basada en el trato cortés que siempre ha sido un facilitador de cualquier conversación posterior.


Lamentablemente, lo intelectualmente frugal ocupa un espacio cada día mayor. No nos entretenemos en conversaciones de horas compartiendo un café. Sino que pasan ese tiempo que otrora se dedicaba a la conversación, mostrando unas u otras aplicaciones en las que el constante cambio de tema evita cualquier profundidad. Lo que, con el tiempo, redunda en una peor educación y en un comportamiento social errático.


Hace muchos años que decidí que, lo mejor para no verme arrollado por el torrente de mala educación que inunda el día a día, era tener pocos amigos, disfrutar de la naturaleza, leer y tratar de conservar la educación que, tan bien como fueron capaces de hacerlo, me dieron mis padres, tíos y también los amigos. A veces se nos olvida que la familia que elegimos (los amigos) nos ayudan a mejorar….o no, también en estos temas.


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