CONTRA LA PARED


 

Recuerdo la primera vez que pasaste delante de mí. Con tu malla ajustada, tus pechos oscilantes y tus caderas marcando el paso de mi corazón. Sabías que estaba mirándote...pero todavía no me habías mirado. Yo, tampoco te había puesto cara, no me había dado tiempo. Azorado como estaba con tu sola presencia.


La segunda vez me topé contigo por casualidad, o no… saliste de la nada y te pusiste a caminar delante de mí. Desprendías un olor a azahar que inundó mis, otrora impermeables, narices. Podría cerrar los ojos y seguirte, no te perdería. Me equivoqué de camino, claro. No sé ni el tiempo que caminé detrás de ti. Observando tu ligereza al caminar. Tu elegancia...y me perdí.


La tercera fue tan intensa como divertida. En aquel ascensor en el que apenas cabía nadie más. Yo en la parte trasera, con ganas de salir y alejarme del olor a humanidad que se respiraba. Y te subiste; y me miraste a los ojos...y mi pulso se aceleró. No sé cuantos pisos tenía aquel edificio. Sé que cerré los ojos para sentir el olor a azahar y al abrirlos...¡te habías bajado!. Todavía hoy no sé en que piso fue. Tampoco en el que yo salí.


La cuarta nunca la olvidaré. Coincidimos en aquella playa. A la que yo nunca había ido y en la que tú jamás has estado. No dejé de mirarte, de observar cómo te dabas crema. Y cómo me mirabas al hacerlo. Como invitándome a ir, pero sin dejar de hacerlo tú. Yo quería ser esa crema que recorría tu piel. Hasta el sol que te calentaba… No sé el tiempo que pasamos allí. Sí sé que sentía mucho calor, pero era fuego interno.


La quinta fue en aquel callejón sin salida; aquel lugar lleno de luz y olor a azahar. Caminabas por la acera de enfrente, como sin darte cuenta de que aquello no tenía salida. Te detuviste justo a un palmo y te giraste en mi dirección. Tengo vívido el recuerdo de tu voz llamándome, de tu sonrisa cuando me acerqué. Del abrazo tan intenso que nos dimos. Y de como allí, apoyados contra la pared empezamos a besarnos, acariciarnos… nadie nos miraba. Tu y yo, nadie más…


No hubo sexta vez, ni más olor a azahar, ni más caricias. Tampoco besos ni lascivia. Ni deseo. Tan sólo la voz lejana de alguien que me hablaba; cada vez más cerca de mí. Hasta que fui capaz de abrir los ojos y ver a aquella médica diciéndome que había tenido mucha suerte. Que siempre son peligrosos los golpes contra la pared.

Comentarios

Entradas populares