ABISMO


 

No recuerdo cuando fue la primera vez que me asomé al abismo. Tampoco tengo muy claro en qué momento de mi vida pude alejarme lo suficiente de él como para no sentir su presencia.

Quien ignora, a menudo con frecuencia, tiende a reformular la vida de los demás como si la conociese. Como si supiese la verdad de las cosas. Lo he sentido muchas veces. Personas que no saben nada de ti pero que se atreven a mencionarte, cuestionarte, insultarte o faltarte… porque sí.


Soy consciente de no haber tomado muchas decisiones en mi vida de manera correcta. Unas veces llevado por la ilusoria probabilidad de que las cosas saliesen bien; las más de ellas por pura necesidad existencial. Ocurre que eso, la necesidad, es un conocimiento propio. Algo personal que casi nunca se comparte.


He visto como muchas personas casi se vanaglorian de lo mucho que han sufrido en su vida; de lo dura que ha sido esta con ellos, etc. No seré yo quien vaya a juzgar cuanto dolor puede sentir otra persona, o cómo las decisiones que tomó le han ayudado o perjudicado. Generalmente aplico a estas circunstancias, lo mismo que he aplicado al deporte durante años: cuando un jugador se queja mucho dando vueltas por el suelo...no suele tener nada importante. Pero el que se queda quieto, en silencio o bramando, ese si siente dolor o preocupación. En la vida, creo que es igual.


Me acostumbré desde pequeño a sonreír, a permanecer lo más hierático posible cuando las cosas venían mal. Tal vez porque al miedo se le debe de enfrentar con una cierta impostura; para no arredrarse de buenas a primeras. Y eso tiene dos consecuencias:

- La primera es que los demás te ven como alguien seguro o poco vacilante, incluso fuerte. Lo que, a buen seguro, condicionará la opinión que tengan sobre ti si no van más allá y buscan conocerte.

- La segunda es que te vas encerrando cada día un poquito más en ti mismo. Y apenas permites que una o dos personas puedan asomarse a la verdad que reina dentro de ti. Inexorablemente te aproximas al abismo y no resulta fácil encontrar donde agarrarse, en qué sostenerse.


Depresión, toda una palabra que define un conjunto de cosas que pueden sucederte (ninguna buena) y que te arriman más y más a ese abismo al que no quieres descender. La culpabilidad, el abatimiento, la infelicidad… todas me son conocidas. A todas las he mirado a la cara. Soy responsable de mis actos conscientes, de ir siempre hacia delante a pesar de que el peso en la mochila amenaza con doblar mis piernas. ¿qué es la felicidad? Para mí ese pequeño instante que hay entre la zozobra y el poder asirte a un saliente que evite caerme al abismo.


Me ha gustado siempre mucho la fotografía, porque en la mayoría de las que he mirado siempre he visto más allá de las personas que salen, o de los lugares. He buscado descubrir más a partir de la mera observación. Al final nos hacemos una fotografía por algo. Y es ese algo lo que da sentido a la misma. Así, cuando alguien ha mirado alguna de las fotografías que he hecho, me ha gustado que le pareciese interesante (supongo que eso es lo normal); pero me ha llenado mucho más cuando alguien las ha visto y me ha dicho: “he visto más allá, creo que te ocurre…” o “esa fotografía la has hecho así por…”

Las fotografías que hago son el reflejo de lo que soy o quiero ser. Pretendo que hablen de mí y expresen aquello que no soy capaz de decir de otro modo.


No tengo muchos amigos, conocidos sí. Tal vez tampoco haya fomentado mucho el tenerlos. No soy de mucha fiesta ni de muchas reuniones sociales. Tal vez porque mi ánimo no me lo ha permitido. Y he encontrado en mi salud, la rendija perfecta por la que escabullirme. Los que tengo los valoro mucho. Todavía no sé si lo hago de la manera correcta, pero los quiero. Espero que ellos lo sepan, que se lo hubiese podido demostrar de alguna manera. Y soy consciente de no haberlo hecho bien.


También con ellos me cuesta mucho hablar de mi cercanía al abismo. Quizás porque mi forma de protegerlos consiste en no acercarles demasiado a los grises de mi vida. Pero intento mejorar y abrirme un poco de cuando en cuando...cuesta. No son pocas las veces que he sentido la necesidad de un empujón pero ¡cómo van a dármelo si no les enseño mis miserias!.


El abismo siempre estará cerca; creo que me he acostumbrado (no sé si para bien o para mal) a su cercanía. Y tal vez por ello ha sido en muchas lecturas en las que encontré puertas que me han permitido saltar de una habitación a otra sin quedarme atrapado.



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