Sillas vacías.


 Sillas Vacías 



Cuando perdemos a alguien querido se nos van muchas cosas con esa persona. Se pierde un amor, una amistad, alguien en quien confiar…

Uno busca en cualquier momento las miradas que lo decían todo sin abrir la boca; persigue la estela ausente del que ha dejado una huella imborrable dentro de nosotros…

Aparecen las sillas vacías, huecos que nunca se vuelven a llenar de la misma manera. Como si el tiempo dejase de avanzar y comenzase una regresión, casi hipnótica por momentos, los recuerdos….

Por suerte guardamos en el armario de nuestra memoria todo cuanto es preciso para no olvidar, pero también para poder seguir adelante. Los asideros del ayer (las miradas, las sonrisas…) habitan en nuestro interior; forman parte de nosotros. 

Así que vamos incorporando, casi sin querer, a los que se fueron en otros espacios. Les acomodamos de tal manera que, sin dejar de estar nunca, nos acompañan en las nuevas aventuras de vida que nos esperan. 

La pérdida duele, claro que duele. Pero podemos transformar el dolor en combustible para continuar.  Los que han estado en nuestra vida son un valor añadido siempre. Mucho más aquellos a los que hemos querido. 

Quien nos ha querido o amado siempre hubiese querido lo mejor para nosotros. Así que nada mejor que tratar de honrar su memoria ocupando las sillas vacías con nuevos recuerdos, nuevas experiencias, personas… y sin miedo a creer que así se suplanta al que se fue, porque jamás sucede. Mas la vida debe de seguir. 

Nuestra existencia es como el juego de la silla, siempre vendrá alguien a ocuparla mientras nos vamos marchando.

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