Lo invisible
“Lo invisible sólo existe porque no se ve”, una maravillosa frase de la letra de una canción de Fito, que describe una realidad con la que siempre he estado de acuerdo. Porque la realidad, la de cada uno de nosotros, se conforma de un sinfín de cosas. Muchas de ellas visibles para los demás, otras perceptibles por nuestros sentidos; algunas las sentimos sin verlas ni percibirlas con ninguno de nuestros sentidos...pero están. Los intangibles son los elementos que sostienen las relaciones personales, entre distintos y con nosotros mismos.
La fe, ese intangible que nos sirve de asidero para innumerables situaciones, no es más que una parte de lo invisible. Se trata de algo personal e intransferible. Dos creyentes religiosos, culturales o sociales van a compartir esa fe, pero no la percibirán de igual modo.
No soy persona creyente en lo religioso, aunque he practicado y me he educado en una sociedad eminentemente católica. Con todos los matices que uno pueda observar. Sin embargo si he creído en las personas, en la naturaleza y, de cuando en cuando, en lo invisible. He perdido a mi madre hace pocas semanas y sé que está conmigo. Y no necesito que nadie me diga cómo, ni que me explique su porque. Imagino que todos aquellos que han perdido a alguien importante sienten que, de un modo u otro, están presentes. Y si no lo sienten… lo lamento por ellos. Cuando yo pienso en su sonrisa mirándome, tengo suficiente consuelo.
Existen invisibles que no son perceptibles por nosotros pero que nos afectan. Muchos de ellos forman parte de las estructuras sociales de las que formamos parte. Las injusticias no siempre son percibidas, pero están ahí. Los sentimientos no son medibles, no son cuantificables y mucho menos visibles. Tan sólo somos capaces de observar las consecuencias de ellos a través de nuestro comportamiento. Sabemos que nos aman, pero la única evidencia de ello es el cómo nos tratan. Lo que entronca directamente con otro invisible, el cómo nos sentimos ante una sola mirada de la persona que amamos.
El odio, transversal en la sociedad, puede ser evidente (que no visible) simplemente escuchando una persona demonizando a otra. Pero el verdaderamente ominoso es el que se oculta tras una pátina de concordia, una sonrisa, una caricia. Porque ese odio arrasará con todo, al no ser esperado. Un enemigo invisible capaz de aniquilar a cualquiera.
Para una persona invidente a belleza no es algo tan obvio como para un vidente. La descubrirá a través de las sensaciones, de las emociones, de la percepción que puede llegar a sentir en cada poro de su piel. Y, tal vez, su descripción de la belleza sea magnífica. Al fin y al cabo, la belleza o la fealdad va mucho más allá de unos rasgos. La belleza y la fealdad están dentro de nosotros mismos.
El miedo puede ser invisible, cuando lo que nos atemoriza no está presente. A veces ni siquiera es tangible. Pero está, modula nuestro comportamiento. Atenaza nuestra libertad individual y coarta nuestro comportamiento social e individual. Pocos invisibles tienen tanto poder para destruir nuestro modo de vida. Es posible que un niño en Gaza jamás haya visto una bomba sin explotar, pero le basta el simple vuelo cercano de un avión, para empezar a temblar.
Lo invisible siempre estará ahí. Dispuesto para manifestarse. Como dice la canción “...sólo existe porque no se ve”; pero cuando lo hace puede iluminar nuestra existencia o anularnos. Ser conocedores de sus existencia, es importante. ¿Cuál es la naturaleza de la realidad? ¿Cuán gruesa es la línea que separa el odio del amor?…preguntas a las que la metafísica tal vez encuentre una respuesta, que siempre será individual.
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