EL TREN
EL ROMANTICISMO DEL TREN
Crecí en un pueblo donde el tren siempre ha estado presente. Desde bien pequeños nos advertían de la necesidad de otear las vías antes de cruzarlas, toda vez que el paso a nivel no tenía más barrera que el grito de alguna madre, algún vecino…
Recuerdo aquellos interminables viajes con mi madre hasta Vigo; en aquel Ferrobús que, como su nombre indica, estaba lejos de los modernos trenes actuales y más próximo a viejos autobuses. Horas de paisajes paralelos al río Miño, contando las estaciones de manera casi rítmica: Pousa, Selas, Crecente…. Así hasta sumar mas de 18. Después simples apeaderos, hoy muchas tan sólo olvido.
Sábados al cine en el que esperábamos el tren “correo” para acercarnos a Ourense inquietos por la película de turno, las palomitas, etc. Cuántas tardes de frío recogiendo balones en el campo de fútbol del pueblo para juntar las 300 pesetas del “trabajo”. ¡Y cómo se estiraban!
El tren siempre ha tenido algo mágico para mí. Me alejaba de una vida…diferente… Acercándome a lugares que provocaban sonrisas y emociones. Observando el mundo al compás del tran tran de las ruedas repiqueteando sobre los raíles y los cambios de vías.
La emoción del riesgo llegó también con el tren. Posando la oreja en los raíles para “sentir” cuán cerca estaba, a veces demasiado. La ignorancia es muy atrevida.
El coche me alejó del tren. Ciertamente da una libertad que difícilmente podrá darte el tren. Pero tampoco el coche me ha dado paisajes como el tren. Pues el transcurrir de las líneas suele ser por lugares ignotos para quien recorre la piel de toro a lomos de un coche.
Viajar en tren, leer un libro, perderse en el horizonte… he aprendido que los pequeños placeres de la vida se disfrutan mucho más si se mastican lentamente. Hoy, de nuevo en un tren, con nueve horas por delante, dos buenos libros y ganas de volver a ver…
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