EL PRECIO DE PENSAR
En un tiempo en el que reflexionar parece casi subversivo, pensar se me antoja como la mejor herramienta para enfrentarse a una realidad, la nuestra, gravemente amenazada por la deriva autoritaria de quienes todavía se creen próceres de nuestra sociedad.
La cultura siempre ha sido la enemiga natural del poder. Al poder rara vez le interesa que quien vive alrededor adquiera demasiados conocimientos. La razón es evidente, cuantos más conocimientos tengas más difícil será que te engañen.
Hace unos años, los movimientos sociales amparados en el conocimiento y la formación, fueron capaces de llegar a la mayoría de la población. Abrieron los ojos a muchos a las miserias sobre las que vivían creyéndose otra cosa. Movimientos sociales capaces de mover algunos de los cimientos del poder.
Errores propios de juventud (de los movimientos sociales) y la reacción, reaccionaria, del poder, nos está empujando a un lugar en el que no querremos estar. Ese lugar se llama desconfianza. Y la desconfianza se siembra fácilmente. Sobre todo en un país como el nuestro, cainita hasta la médula. Ahora se busca que desconfíes de aquellos en los que siempre has confiado. Aquellos a los que escuchabas y dabas valor de verdad. No porque creyeses en ellos de manera religiosa, sino porque con sus personales matices, sabías que no te mentían.
Aprendí que la la culpabilidad de alguien debe de demostrarse por parte de quien acusa. Nunca alguien debe demostrar su inocencia. Porque ese proceso, el de demostrar la inocencia, no es más que un camino al patíbulo. Con más preámbulos, pero un camino al desolladero social del que siempre saldrás mal. Inocente o no.
Nunca hemos tenido más herramientas que ahora, armas con las que poder adquirir conocimientos que nos ayuden a pensar. Pensar para razonar y no dar por ciertas las cosas que nos dicen una y otra vez de manera repetitiva y burda.
Pero pensar duele; porque nos puede llevar a dos tesituras: el enfrentamiento o la aceptación. El enfrentamiento fatiga, cansa, pero es necesario. A veces el hostigamiento intelectual llega a ser doloroso. Cuando atenta contra la más elemental inteligencia. Me alegra observar que todavía hay personas capaces de hacer frente a toda esta bazofia desde la razón.
La aceptación, al contrario, requiere de unas buenas tragaderas o de una gran capacidad de abstracción. Las tragaderas, generalmente son consecuencia de la necesidad. La abstracción en un recurso que los imbéciles llevan con determinación; para quien piensa y razona, da más trabajo.
Escuchamos muchas veces la palabra respeto en boca de quien pretende disciplinarnos. Y la disciplina siempre es vertical, clasista, manipuladora...lleva al sometimiento, envilece a la sociedad. El respeto, ese que apenas conocen quienes se parapetan en la disciplina, es transversal. Atañe a todos, involucra al conjunto de la sociedad. Cuando a uno escucha: “disciplina de partido” “disciplina escolar”...debe de saber que está hablando de sometedores y sometidos.
El precio de pensar estiva en ser consciente del entorno en el que uno vive. En la miseria intelectual que rodea buena parte de las redes sociales. En ser consciente de la cantidad de “todólogos”que opinan de todo en cada tertulia. No importa si el lunes son expertos en Rusia y al día siguiente en Mesopotamia… se atreven con todo. Un pueblo que piense, que lea, que se cultive, siempre será peligroso para aquellos que nos quieren necios.
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