LA SILLA DE PARAR LAS PRISAS


 

Todo va muy deprisa, a veces demasiado. Los acontecimientos se suceden uno detrás de otro en nuestras vidas y a nuestro alrededor; muchas veces incluso sin tenernos en cuenta a nosotros mismos. Y ese torbellino puede arrastrarnos a lugares en los que no queremos estar; nos obliga a abrir puertas que tal vez querríamos cerradas. También nos impide cerrar al salir aquellas por las que gustosamente salimos. Así las cosas, de vez en cuando, es conveniente detenerse en busca de resuello en la silla de parar las prisas.


Tiendo a ser una persona que gusta de observar, de detenerse en lugares de mi interés para admirar aquello que me provoca. He intentado ser sosegado cuando las emociones me barrían por dentro. No siempre lo he logrado y eso ha tenido un precio. Sin apenas ser consciente de ello medio siglo ha pasado en un abrir y cerrar de ojos. Demasiadas malas decisiones tomadas al albur de las prisas. Unas necesidades reales y creadas que han dejado no pocas cicatrices en lo más profundo de mi ser.


El tiempo pasa de modo inexorable para todos pero es tiempo (no sé en realidad si será mucho o poco) de que desacelere el paso y concentre mis esfuerzos en las cosas que, verdaderamente, merecen la pena. Comenzando por algo tan elemental como asegurar los puentes que nos mantienen unidos a las personas importantes. Unas veces dejando de lado esa amalgama de orgullo vestido de rabia, que se va posando sobre nuestros sentimientos para con las personas que han sido fundamentales en nuestra existencia.


Siempre me he encontrado cómodo en medio de la naturaleza, subiendo montañas, paseando por playas...he dejado que sus armónicos sonidos fuesen capaces de silenciar el ruido de mi interior. Y hace unos años descubrí mi silla de parar las prisas en medio de la Sierra de la Demanda. Sentado al borde de las Lagunas de Neila, en la cima de Picos de Urbión o disfrutando del invierno en Laguna Negra. Un lugar mágico en donde la quietud se torna paz interior. Supongo que todos tenemos un lugar, no importa cual.


Y ahora que el camino se torna inestable; que las piedras tal vez puedan convertirse en pequeños muros. Es el momento de disfrutar todavía más de esos pequeños momentos en los que todo es nada. En este mundo de redes sociales, de realidades impostadas y trivialidades por doquier; pocas cosas son tan gratificantes como sentarse y ver pasar el mundo. Háganlo, merece la pena.

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