Lo que sólo es dentro de uno mismo


 

Resulta paradójico descubrir que las sensaciones, los sentimientos o el simple entendimiento que uno percibe dentro de sí mismo sea, para los demás, algo totalmente desconocido.

Cuántas veces hemos oído aquello de: “la cara el es reflejo del alma”, y probablemente sea así en muchas ocasiones, tal vez en la mayoría. Sin embargo, al menos en mí mismo, he ido descubriendo cómo han jugado a interpretarme o, simplemente han juzgado, basándose en ese supuesto reflejo.


Todos sentimos, en mayor o menor medida; a todos nos mueven interiormente diferentes pulsiones, estados emocionales, intangibles… y buscamos respuestas a las que tienen que ver con los demás en lo más sencillo: su rostro. También en los actos, en las palabras, en los hechos compartidos… pero en primera instancia en el rostro del otro.


Y sí, podemos adivinar muchas cosas de los ojos que nos miran. Incluso podemos interpelar a la persona y tratar de averiguar si los ojos y el relato van en consonancia. Si la gestualidad acompaña al discurso. Seguramente en muchas ocasiones nuestra mirada será sucinta buscando aquellas señales que nos lleven al terreno que buscamos.


Pero lo que sólo es dentro de uno mismo precisa de un mayor tiempo de observación; de una conversación profunda que no siempre se da (muchos la confunden con una suerte de interrogatorio). Y la razón es tan compleja como simple. En nuestro interior construimos nuestra verdad. Creamos una estancia a la que sólo los más privilegiados pueden entrar. Porque adentrarse en ese lugar no es baladí.


No es cómo te muestras, no es cómo otros te ven, se trata de cómo te he creado dentro de mí. De cómo he adornado quien eres por el simple hecho de ser en mí. Y ese constructo no siempre ha de corresponderse con la palpable realidad. A fin de cuentas aquello que nos gusta, ya nos gusta antes de probarlo. E incluso si después de hacerlo no sabe exactamente igual, somos capaces de sublimarlo.


Así que cuando pretendemos cuantificar los sentimientos de unas personas sobre otras, habría que tener en cuenta la construcción interna que cada uno hace para sí, sobre el otro. Tal vez, en lugar de dudar de la cantidad de sentimientos que otro tiene sobre nosotros, habría que exponer cuánto necesitamos sentir. Y, si el interés es verdadero, averiguar, o al menos intentarlo, cómo somos dentro del otro. Pues podría darse la circunstancia de ser más de lo que creemos (o menos).


Los seres humanos somos complejos, obedecemos a muchos factores que van modulando quienes somos, cómo sentimos, cómo actuamos. Tendemos a generalizar sin profundizar. A valorar o juzgar a otros desde nuestra óptica, fundados los argumentos en nuestra propia subjetividad. Y, no siempre, podemos apartar de nuestro camino a personas que merecen la pena. Que simplemente no actúan dentro de nuestros parámetros o que, más a menudo, no intentamos ni entender.


A ese mundo interior, que todos tenemos, conviene acudir de cuando en cuando. Porque dentro, además de lo que hemos construido sobre los demás; está lo que sabemos de nosotros mismos. Y hay que saber ser generosos con quien nos demuestra amor, dejándoles ir cuando no podemos estar en su mismo plano. Al cabo del tiempo su evocación será un recuerdo cálido.


También es cierto que todo se venga abajo de repente. Que un huracán de nuevas realidades derrumbe todo lo que hemos creado sobre los demás. Y ocurrirá. Y a ese proceso le seguirá el duelo. Y cerraremos puertas para abrir ventanas posteriormente...y la vida sigue.

Comentarios

Entradas populares