Palabras


 

Las palabras que decimos, las palabras que escribimos…no son las mismas (siendo iguales) si quienes las escuchan o las leen son personas diferentes.

Y existen muchos factores para que esto ocurra, aunque (en mi opinión) una destaca por encima de las demás, la experiencia vital de cada persona. Pues son las vivencias de cada uno de nosotros las que incorporan a las palabras los matices personales; los intangibles que van a modular la comprensión de aquello que se lee o se escucha.

Quizás el mejor modo de entender las palabras que nos dicen sea escuchar. Pero una escucha activa, en la que se atiende también a quién lo dice, en qué contexto, tono, etc. Un ejemplo evidente de esto ocurre cuando interpretamos alegremente el recorte de unas manifestaciones x de cualquier personaje público en un determinado medio. La mayoría dan por sentada la interpretación qué más se ajusta a sus propias creencias o experiencias. En lugar de averiguar el contexto real de tales manifestaciones.

Leyendo ocurre lo mismo: cuánto hay de interpretación libre de lo leído y qué pretendía comunicar el autor. Es posible que no sea exactamente lo mismo.

Lejos del espejo en el que nos vemos a nosotros mismos, no somos más que el conjunto de palabras que otros utilizan para describir cómo te ven y hablar de lo que ellos creen que haces. Y, con seguridad, no serás igual para un amigo que para una amante; ni para tu hija que para su pareja.

Y para concluir hablaría de los sentimientos, de las emociones, de los miedos. Recurrimos a las palabras para describirlos, para transmitirlos, para reconfortar; para enamorar y que nos enamoren, para seguir soñando. Y sí, son los intangibles que acompañan al significado de las palabras, los que realmente les dan valor. Pero incluso a esos intangibles los nombramos con palabras.

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