LA MADUREZ DE CAMBIAR


 

En el ejercicio del vivir, uno no puede sostener siempre las mismas constantes en su pensamiento. No quiere decir esto que las convicciones que uno tiene tengan que ser débiles. Sino de que a lo largo de nuestro aprendizaje vital hemos de ir encontrando los conocimientos necesarios para ir modulando buena parte de nuestro discurso mental.


Uno avanza por una carretera, por primera vez, convencido de que las aptitudes propias son las ideales para hacer el recorrido, y así lo hace. La segunda vez que hace el mismo recorrido, el aprendizaje del viaje anterior, cambiar la manera en la que abordamos el trayecto. En la vida ocurre lo mismo con nuestras creencias, convicciones, pensamientos. No con todos, claro, pero sí con una gran mayoría. Lo contrario sería...peligroso.


Esto, que nos pasa a la gran mayoría, trastorna a muchos otros. Esos que, no queriendo bajarse de sus afirmaciones previas, buscan todo tipo de excusas para evitar mostrar lo evidente. Que han cambiado. Entender que el conocimiento aporta argumentos suficientes como para desviar nuestro pensamiento primitivo, nos ayuda de dos maneras: por un lado comprendiendo que nada es eterno, y por otro que abriendo la mente se alcanzan cotas mayores siempre.


En la medida de nuestras capacidades nos resulta fácil hacer una distinción entre lo que está bien y o que está mal. Siempre que convengamos que ambos (bien y mal) responden a planteamientos puramente morales dentro de una determinada sociedad. Por esta razón, con el paso del tiempo y de las experiencias personales, vamos a tener la capacidad de ver lo que entendemos por bien y mal desde una óptica distinta. La moralidad siempre ha sido un coto en el que el fanatismo se ha movido con libertad, generando innumerables injusticias y barbaridades. Si algo caracteriza a la moralidad es su arbitrariedad.


Cambiar de opinión sobre un tema no nos hace peores. Más bien al contrario, siempre el cambio esté argumentado, nos hace más fuertes frente a las resistencias; pues quien cambia de opinión habrá estado en los dos lados de la “verdad”. Una verdad que siempre será relativa. Otra cosa diferente es la falta de argumentos para sostener el cambio; sería como el mover de una veleta al albur del viento de turno.


Alcanzar la madurez intelectual está al alcance de la gran mayoría, aunque sean muchos los que dimitan antes de atisbarla siquiera. No se trata de formación académica (que en algunos casos también), sino de formación en la universidad de la vida. La misma que te hace ver los problemas como enormes con 16 años y tal vez relativos con 60.


Está claro que hay convicciones personales que trascienden el tiempo y permanecen. Pero seguro que también con matices. La oscuridad está tan llena de matices como la luz; e incluso en la oscuridad hay zonas claras. Y a plena luz del día las sombras aparecen. Basta con no ser cerril.

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