ESOS DE FUERA
“¡Vienen a quitarnos nuestros puestos de trabajo!” “¡Quieren
imponernos su religión!” “¡Violan a nuestras mujeres!” “¡Viven de las ayudas
mientras nosotros pasamos penurias!”… podría seguir escribiendo eslóganes que
ciertas organizaciones políticas y no pocos descerebrados pronuncian día sí y
otro también, no sólo en este país, sino por toda Europa. Un mantra al que
contribuyen, como no podía esperarse menos, los medios de comunicación afines a
esas corrientes ideológicas. Los mismos que nos hablan día y día también de las
famosas “okupaciones”, esas para las que tienen soluciones en el anuncio que
patrocina la noticia, en forma de alarma y demás.
Todo ello orquestado para dibujar una realidad que se
aleja sobremanera de la que describen. Lamentablemente el mensaje cala en una
parte de la sociedad que no es muy dada a cotejar la información. O que forman
parte de esa, nada despreciable, capa social que tanto gusta de señalar al
otro. Muchos de ellos herederos de quienes, en otro tiempo, señalaban también
con el dedo o la palabra que el sistema persiguiese a los señalados.
Esos de fuera, como dicen de manera peyorativa los
lúcidos de barra de bar, aportan a este país casi el 3% del PIB, por cada euro
recibido en prestaciones del Estado devuelven a este 1´72 euros. Más que el
español medio que aporta 1´32 por cada euro. Aportan, además, a la Seguridad
Social un 9´9% de los ingresos totales mientras que reciben sólo el 0´9% de
gasto en forma de pensiones. De modo que los datos tiran por la borda con las
aportaciones que muchos barruntan mientras sujetan la caña. Concluiría diciendo
que de los casi 5´6 millones de extranjeros que viven en España, menos de medio
millón son ilegales. Por poner los datos en perspectiva, Alemania (ese tótem para
muchos) tiene en su país al 21% del total de inmigrantes que viven en Europa.
Más allá de los datos estadísticos o numéricos, habría
que poner en valor el peso de las aportaciones culturales que los extranjeros
aportan a nuestra sociedad. Unos tangibles que son evidentes (religión,
cultura, etc.) y otros intangibles, como es la mirada de quien te agradece la
oportunidad de mejorar en su vida. Nadie se va de su país (migrante) si puede
evitarlo. Dejar atrás a la familia, a los amigos, la seguridad de lo que
conoces para subirse a las barcas de la incertidumbre…no debe de ser fácil. Cuando
llegan a nuestras costas (inmigrante), lo hacen con la esperanza de asentarse y
aportar a la sociedad a la que llegan. Para poder empezar de nuevo en un país
que ellos consideran mejor, o con más oportunidades.
Nosotros, los europeos en general y los españoles en
particular, deberíamos de entenderlo porque fuimos un día migrantes e inmigrantes.
Y sabemos lo que es sufrir por ello. También nos hemos ido voluntariamente por
mejorar en nuestro ámbito laboral (emigrante). Porque en este mundo global la
mejora no se produce necesariamente al lado de casa.
Utilizamos términos como: migrante, inmigrante o
emigrante de manera habitual y coloquial. Con ello dejamos de verlos como lo
que son, personas. Y debemos aprender a tratarlas como son. Descubriendo sus
culturas, escuchando lo que pueden aportar desde otra óptica social y cultural
sin abrazar el paroxismo racial que muchos enarbolan. El mestizaje siempre será
enriquecedor. Nada empeora más a una sociedad que la endogamia social. Una suerte
de vendaje para los ojos que impide disfrutar de lo bueno que llega de fuera.
Resulta doloroso escuchar comentarios de políticos en los
que no sólo se busca la crítica al foráneo, sino también la demonización del
mismo. Enarbolar las banderas raciales sólo conduce a un camino: el odio. Un
odio que acaba haciéndose hueco en los cerebros vacíos y en los corazones de
piedra de muchos conciudadanos. Para quienes las enseñanzas históricas de la
antropología social, no son más que montones de letras, para las cuales van
cortos de entendederas.
Nos unen muchas más cosas de las que nos separan; y los agitadores
lo saben. Por ello aúnan esfuerzos por dar visibilidad a las pequeñas
diferencias. Y este no deja de ser un problema etnocentrista de carácter
plurinacional. Si bien no ocurre lo mismo en todos los países, sí pasa en
muchas otras culturas. En las que el racismo se vive de primera mano entre
ciudadanos que son, en principio, iguales ante sus propias leyes…aunque ello
resulte una falacia: USA, Japón, Arabia Saudí… son sólo tres de muchos.
No teniendo una barita mágica que solucione tales
diferencias, se me antoja decisiva la apertura de mente. El ser capaz de
escuchar, tener empatía para con los que llegan; mostrarles los buenos valores
que tenemos y apreciar los suyos. La armonía, principio de todo bienestar, se
da cuando uno deja de gritar y otro levanta un poco la voz. Ni someter ni
dejarse someter…equilibrio. ¡Esos de fuera…bienvenidos!
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