El sentido de la vida


 

¿Cuál es el sentido de la vida?¿Dónde se encuentra el secreto? ¿Por qué el lado oscuro tiene más interés que el lado brillante? ¿Y si nada fuese cómo nos han enseñado? Sería justo decir que sólo aquellos que llegan al final de la misma habiéndola vivido con intensidad podrían darnos una noción clara de cómo es. Y, con todo, sería sólo su experiencia vital; no mi realidad, ni la del vecino… el sentido de la vida tal vez no sea otro que aquel que seguimos a lo largo de nuestra existencia con el único propósito de llegar a la vejez con el mayor número de experiencias acumuladas.


Abrazar cada instante que se vive, saborear los pequeños placeres que tenemos a nuestro alcance y que soslayamos sin darnos cuenta. Dejarse llevar por las emociones incluso cuando nos venzan. Apartar el miedo a mostrarse vulnerables pues la fortaleza la encontraremos precisamente ahí, en la valentía de mostrarlos. Ocultar las debilidades no es más que una muestra de cobardía. No quiere decir esto que debamos mostrarnos desnudos delante de todo el mundo; la prudencia y el miedo son nuestros sistemas de alerta y es bueno prestar atención.


Para una gran mayoría el sentido de la vida se encuentra en otear la vida de los demás, juzgarla, valorarla y ponerla en entredicho. No son conscientes de la burda existencia que tienen; siendo viles marionetas de un sistema que tiende a elevarte o hundirte en función de una escala de valores, cuando la hay, prostituida por un like, un me gusta, o cualquier otra banalidad similar.


Es cierto que no es fácil vivir de espaldas a esa falsa realidad que termina veteando nuestra vida de singularidades totalmente ajenas a quienes somos. Por ello, tal vez en esta época tan efímera, el verdadero sentido de la vida radique en formarse verdaderos criterios de valor en función de razonamientos profundos. Resulta revolucionario, en pleno siglo XXI, tener criterio propio e ir contra corriente contra las modas sociales que deforman constantemente la vida real.


“Ninguna pérdida debe sernos más sensible que la del tiempo, puesto que es irreparable”, esta frase de Zenón de Citio estará siempre vigente, y somos más conscientes de ella a medida que cumplimos años y vamos dejando atrás las hipérboles de la juventud. También yo he tirado demasiado tiempo por los sumideros de la vida. Aprender seguro que forma parte del camino que nos tiene marcado el sentido de nuestras vidas.


Habiendo compartido viajes con personas estupendas lo cierto es que siempre me he encontrado muy bien haciéndolo sólo. Recorriendo montañas, pueblos, lugares magníficos y otros lamentables...y creo haber aprendido en las dos situaciones. Cuando he ido acompañado y cuando he estado solo. La soledad me ha aportado intangibles de indudable valor. Me ha ayudado a encontrar paz interior cuando los demonios amenazaban con crecer en mi interior. El silencio me ha enseñado a escuchar. El ulular del viento en medio de la nada me ha mecido hasta llevarme a lugares mágicos que sólo habitan mi mente, pero a los que merece la pena ir de vez en cuando. Y en ese tránsito he ido aprendiendo que el sentido de la vida, de la mía al menos, es ir siempre hacia delante.


El sentido de la vida es el más evidente...vivir.



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