CEGUERA VOLUNTARIA


 

Nunca como en este tiempo hemos tenido tanto acceso a tanta información; jamás hemos tenido tan fácil la posibilidad de observar el mundo que nos rodea, de contrastar lo que nos cuentan, de tener opinión propia y razonada sobre ello. Y nunca como ahora ha existido, socialmente, tanta ceguera voluntaria. Nos hemos acostumbrado a mirar para otro lado incluso mirando de frente.

La sociedad europea está en decadencia, el paso de los siglos ha convertido a nuestro continente en una suerte de geriátrico social en el que lo importante no es qué sucede a nuestro alrededor, sino que no nos fastidien el retiro. Poco tenemos que ofrecer, desde el punto de vista productivo, a un mundo que nos apabulla con la productividad de otros lugares. Pero sí podríamos hacerlo desde el punto de vista cultural o social.

Aunque, también, en este sentido estamos viviendo una decadencia cada día más plausible. Perdemos derechos como si nunca hubiese sido perder sangre para conseguirlos. Pareciera que tuviésemos amnesia retrógrada; algunos han querido sepultar los costosos avances de tiempos pretéritos y la ceguera de nuestra sociedad actual está siendo cómplice de tamaña deslealtad.

El 26 de agosto de 1789 la Asamblea Nacional francesa promulgaba la declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Una declaración que incluso hoy es atrevida, osada, valiente…necesaria. Y, sin embargo, anestesiados por unos medios que producen noticias a una velocidad tal que resulte farragoso contrastarlas, hemos perdido el horizonte que hace más de doscientos años en Francia nos señalaban.

El artículo 2 de esa declaración decía: “la finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescindibles del Hombre. Tales derechos son, la libertad, la seguridad y la resistencia a la opresión”… tal pensamiento resulta revolucionario hoy día. En un tiempo en el que la política está al servicio de las corporaciones, de los intereses de quien menosprecia la vida, etc. Y nosotros ciegos, observando nuestros teléfonos como si el universo se circunscribiese a esas pocas pulgadas.

Siento pena cuando escucho, a muchos a mi alrededor, hablar con ligereza de los muertos en éste o aquel país, mientras centran su discurso en el pensamiento dirigido e interesado del medio que siguen; alejando así su mente de la cruda realidad que ha provocado estas o aquellas muertes. Queremos permanecer ciegos, y también sordos, para evitar ser conscientes de nuestra directa responsabilidad en las muertes de Ucrania, Palestina, Libia, Siria, etc. Porque nadie puede llevarse a engaño, lo que allí sucede es consecuencia de las decisiones que hemos permitido tomar a quien detenta el poder.

Y abrazamos esta ceguera por un solo motivo: que nadie pueda mover nuestro statu quo. Vivimos en Europa, capital del cinismo por definición. Lo importante es que sigamos viviendo en esta falacia de sociedad igualitaria. Que creemos mejor porque la comparamos siempre con sociedades que nunca han perseguido una como la nuestra. En lugar de mirar hacia atrás y valorar el esfuerzo, el sudor y las vidas que quedaron en el camino en la búsqueda de una Europa más igualitaria. Tristemente, quien maneja la centrifugadora ha decidido que toca retroceder…y nadie parece querer impedirlo. Ciegos de falso bienestar.

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