LA DESHUMANIZACIÓN DE LA SEMÁNTICA


 

Vivimos un tiempo en donde el relativismo moral choca frontalmente con el etnocentrismo al que se aferran, no pocas sociedades,  para tratar de imponer su modo de vida como el adecuado para todos. Naciones en las que el imperativo patrio versa sobre cómo imponer a los demás un estilo de vida; sin tener en cuenta ni tomar en consideración las inherentes de los demás pueblos.

Y en este proceso juega un importante papel la deriva del lenguaje, la utilización de la semántica como elemento deshumanizante de aquellos eventos, generalmente violentos, en los que se busca ocultar a la sociedad una realizad (casi siempre lacerante) que pueda provocar disenso.

Los acrónimos se han utilizado desde hace muchos años como acotación de los largos nombre de empresas o entidades. De tal modo que el común de los mortales pudiese familiarizarse con ellos. Siempre será más fácil recordar, por ejemplo, CLH a Compañía Logística de Hidrocarburos.

Cuando utilizamos en España el término MENA desde los medios de comunicación y política se busca, de manera consciente, retirar del imaginario popular a menores que sufren. Los Menores no acompañados que se hacinan en los diferentes centros de internamiento han llegado a nuestro país huyendo, muchos de ellos podrían obtener el estatuto de Refugiado y ni siquiera lo sabe. Nos venden MENA como un problema para la sociedad. En lugar de poner luz y taquígrafos sobre el sufrimiento de esos menores.

Siempre se ha jugado con los términos raza y etnia para, según convenga, situar un problema o una necesidad. Cuando atacamos a una raza, como puede suceder con la raza negra en Estados Unidos, pronto abrazamos la idea de racismo. Pero si la discriminación se produce, por ejemplo, sobre la etnia gitana, parece que no cabe el término racismo. Y se buscan otros adjetivos.

Todos entendemos, más o menos, la Democracia como una situación política adoptada por una sociedad que acepta unas determinadas reglas del juego y se somete voluntariamente al imperio de la Ley. Una Ley desarrollada, generalmente, por los representantes elegidos para tal fin. Pero cuando hablamos, por ejemplo, de Democracia en un país como Israel, contribuimos a prostituir la misma palabra. Pues este país actúa como una fuerza de ocupación (y por ende opresora) desde el mismo momento de su fundación. Ergo si oprimo, dejo de lado los valores de la Democracia. Y paso a tener un régimen de Apartheid.

Las cuestiones semánticas, que tanto modulan nuestra percepción de la realidad que observamos, no son algo baladí. En occidente nadie sabía quiénes eran los talibanes a principios del Siglo XXI. Hoy todo el mundo parece asociarlos con el terrorismo. Sin embargo nacieron en una escuela coránica en Pakistán y sólo se radicalizaron cuando USA empezó a armarlos  para expulsar a los rusos de Afganistán, pero no por interés etnográfico sobre los habitantes afganos (jamás les han importado), sino por controlar la ruta del Opio.

Somos palabras, éstas nos representan como seres humanos. Si contribuimos a no llamar a las cosas como se debe, seremos cómplices de más de una ignominia.  

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