Una estantería para los desagravios


 

Todos deberíamos de tener en nuestra memoria una estantería en la que poder depositar los diferentes desagravios que hemos sufrido, o creído sufrir, a lo largo de nuestra vida. Resultan, sin duda, un lastre pesado e incómodo a la hora de seguir adelante. El desamor no deja de ser una oportunidad nueva para sonreír a la vida. Nunca debe de ser un pozo en el que hundirse.

Alguien dijo una vez que,  para no sufrir desengaños en la vida, lo mejor es abrazarse con las manos en los bolsillos. Creo, sin embargo, que ello te priva de todo lo bueno y te arrumba poco a poco a oscuras esquinas en las que se suele esconder lo más mezquino del ser humano.

Es cierto que no es fácil sonreír cuando se tiene una herida abierta, o cuando la cicatriz es demasiado visible y ocupa todo lo que nuestros ojos alcanzar a ver; pero…no es menos cierto que una cicatriz implica que algo se ha cerrado y pasa a convertirse en un recuerdo de una mala experiencia. Y no por ello debe de repetirse; y tampoco se puede borrar. Quizás se trate de aceptarnos con nuestras heridas.

Alvite escribía: “También yo concibo la vida con esa aparente resignación de quien sabe que el lugar en el que se encuentra en cada instante es exactamente el sitio al que tendría que haber ido. Se trata de establecer la meta justo donde te pueda el cansancio, ni un poco antes, ni un metro más allá…” Lo leí hace muchos años y me parece una acertada descripción de cómo uno debe de afrontar la vida, con sus aciertos y errores.

Siempre me he sentido cómodo con la edad que tengo, no he querido ser más joven ni más mayor. No cambiaría nada del pasado porque el resultado sería diferente, y podría muy bien no reconocerme. He llegado aquí aparcando muchos de los desagravios de la vida en la primera estantería que encontré. Y como señala el autor, se trata de una aparente resignación pues al final uno siempre encuentra el modo de seguir camino; de empezar de nuevo.

Cuando uno siente que ha fracasado puede sentirse también seguro, nadie querrá quitarte el lugar en el que te encuentres. Y ahí, en la soledad de los perdedores, en donde uno aprende a forjar su carácter. Un carácter que posiblemente no guste a quien ha tenido la fortuna  de no verse nunca en el pozo. Y qué carajo importa si les gusta o no.

Así que, a la hora de afrontar nuevos retos: personales, sentimentales, laborales… sería ideal ir llenando la estantería de los desagravios y hacer camino ligeros de equipaje; con la mirada lo más limpia posible. Sin condicionantes que terminen por arruinar lo que todavía está empezando.

“A la mayoría de los pacientes del manicomio les dices una cosa y al cabo de un rato ni siquiera recuerdan haberte visto. (...) Será por eso por lo que casi ninguno tiene maldad, que es algo que sólo se conserva con el rencor, ese ácido sentimiento tan relacionado con la memoria”. Alvite.

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