PUERTAS OSCILANTES


 

“Hay cosas conocidas y cosas desconocidas y en el medio están las puertas”, frase acuñada por Jim Morrison y bien podría ser el reflejo de una manera común de ver las cosas. Pues al final del día nuestro camino no es más que aquél que hemos ido eligiendo en función del destino que estaba al otro lado, cruzando el umbral.

Emocionalmente las puertas siempre han sido una referencia muy manida. Cerramos puertas cuando damos por concluida una relación, una etapa sentimental de nuestra vida… Las abrimos cuando dejamos que algo nuevo comience. Parece el sino de nuestras vidas.

Siempre he creído que una puerta cerrada no sólo termina con una etapa, sino que impide la circulación de emociones en las dos direcciones. Lo cual, a partir de mi propia experiencia, no siempre es bueno. A las emociones, a los sentimientos (no importa se de amor u odio) no hay que ponerle puertas férreas, sino oscilantes. Esconderse tras una puerta no nos ayuda a lidiar con lo más importante para seguir adelante sin mochilas: la gestión de los sentimientos.

Las puertas oscilantes nos ayudan a observar lo que dejamos atrás y a atisbar aquello que se nos presenta delante. También nos permite echar la vista atrás y aprender de los aciertos anteriores…lo de aprender de los errores no deja de ser una quimera. Porque las personas, como el agua del río, nunca somos los mismos con el paso del tiempo, las relaciones y los sentimientos mediantes.

Tras una puerta cerrada siempre está lo desconocido, porque lo que dejamos atrás también se transforma y cambia. Vivir de espaldas a esa realidad transformadora nos va a llevar a dos cosas: fijar un pensamiento pasado y no ser capaces de avanzar sin lastres. Las puertas oscilantes permiten el paso de aire (tan necesario cuando precisas que corra), ventilan la estancia de nuestras emociones y, con la suficiente madurez, nos van a permitir descubrir que la mutación (también de los sentimientos) es irreversible en la vida.

Eso no significa que tengamos que llevar nuestro pasado siempre con nosotros; muy al contrario, nos permite poder hablar de él, recordarlo, rememorarlo si fuere necesario. Sin que ello socave nuestro presente. Poder cruzar el umbral con libertad y sin temor nos hace más fuertes.

Tal vez por eso las puertas de los salones en las películas del oeste siempre han sido oscilantes. Porque al pasado siempre conviene poder verlo de vez en cuando. Quizás así, no nos sorprenda si vuelve a nuestro camino.

 

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