ANOMIA
Don Ramón María del Valle-Inclan acuñó aquello de: “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”. Pronunciado en los albores del SXX, tiene hoy tanta vigencia como entonces. No nos vamos a engañar, la actual España es infinitamente más avanzada que la de Ramón María, mucho más todavía que el SXVI, cuando el “Lazarillo de Tormes” ya avanzaba lo frugal que era nuestra honradez. Y en ellas seguimos.
De una sociedad que mantiene una aquiescencia con los corruptos no puede surgir nada bueno. O si lo hace se topará con las trabas necesarias como para impedirle medrar con facilidad. Los buenos talentos suelen acabar en manos de empresas que se alejaron hace muchos años de los más elementales valores sociales.
La anomia de esta sociedad nos ha llevado a aplaudir al que burla la norma. A copiarlo siempre que es posible y a mirar para otro lado. La decadencia se ve a simple vista. Basta darse una vuelta por la basura pseudo-periodística que inunda las ondas y las pantallas, para ver o escuchar aseveraciones carentes de nivel. Muchas son mentiras que se repetirán una y otra vez en todos lados con el único fin de convertir una patraña, al menos, en una duda razonable para aquellos que escuchan sin analizar.
Hemos dejado de lado normas de convivencia elementales hasta no hace muchos años y que, ahora, parecen un rara avis cuando se observan. Ceder el sitio a una persona mayor. Dar los buenos días. Sonreír a los demás parece subversivo. La felicidad no parece existir si no media algo material. El valor de una persona se mide en “cuantos” (cuánto tiene) y no en cómo es.
En las conversaciones de bar, esto tan nuestro, uno puede escuchar como (muchas veces con palabras gruesas) se critica a éste o aquel político o personaje por una determinada mala actitud. Curiosamente muchos de los presentes mantendrán actitudes similares o peores. Eso ya de por sí, tiene bemoles. Lo peor, que lo hay, es que esos mismos con sus votos, eligen a los mismos una y otra vez.
Creo que, hoy día, existe un verdadero problema social que radica (fundamentalmente) en el abandono sistemático de esforzarse en pensar, en razonar. Porque hacerlo implica otros esfuerzos anteriores: desarrollar la capacidad de pensar y ser capaces de sacar conclusiones en base a nuestros conocimientos. Leer siempre será positivo; pero también tener la capacidad de hacerlo de varios temas. El disenso, clave en el crecimiento social, sólo puede llevarse a cabo si uno escucha, observa o lee opiniones diferentes a las propias. Las confronta con sus propios conocimientos y busca los lugares comunes sobre los que comenzar a desarrollar un razonamiento menos fundamentalista. Y eso supone, en muchos casos, un esfuerzo que no se quiere llevar a término.
Y no se trata de que todos busquemos un erudito en nuestro interior, sino de razonar de manera tal que, como sociedad, vayamos llenando la despensa de conocimiento social. Y lo hagamos de conclusiones lógicas y no de falacias. No hace falta leer a los clásicos para razonar de manera formal. Es suficiente con tomarse el tiempo necesario para entender lo que se nos dice, leemos o vemos comparándolo con lo que sabemos.
“Si construyes una piara, ella misma se llenará de cerdos”, esta frase de Pushkin la han hecho suya los dueños de los diferentes medios. Pocos son los que huyen de esos formatos en los que se arrojan basura (con pingües beneficios) y buscan acomodo en otros lugares. Sitios menos de masas pero, sin duda, más constructivos.
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