LO QUE VEMOS Y LO QUE SOMOS


 

Hace tiempo, leyendo a Piaget, me quedé con una frase suya que se puede extender a cualquier edad; pero que él aplicaba a la infancia: “Un niño nunca dibuja lo que ve, dibuja su interpretación de ello. Dibuja lo que sabe de él”. Y no creo que esa afirmación cambie con el paso de los años. Tal vez se module, pero mantiene cierta constante.

Observamos el mundo en función de los conocimientos que de él hemos aprendido o nos han inculcado. Y desde esa perspectiva individual hablamos de lo que vemos. Nuestro punto de vista siempre es personal. No una realidad absoluta, tan sólo nuestra verdad.

Este suele ser un punto que nos lleva a desencuentros en multitud de temas o apreciaciones. Pues todos tenemos la razón, ya que es nuestra percepción de las cosas la que creemos verdadera y, por tanto, válida.

Al final lo que vemos cambia lo que sabemos. Lo que conocemos, cambia lo que vemos. Entendiendo esto podríamos hacer un ejercicio de empatía para con los demás cada vez que el disenso sobre un tema surge. La aceptación del disenso aumenta exponencialmente nuestra capacidad para tener un pensamiento asertivo de la vida

Es posible que muchos vivan dentro de su propio laberinto de pensamientos, pasiones, razones. En un bucle infinito del que no son capaces de salir por sí solos. Sus pensamientos van a tal velocidad que les impide ver las salidas. Y son incapaces de ver lo bueno que les rodea, lo fantásticos que pueden llegar a ser. No es tarea sencilla reducir y ordenar el interior; pero se consigue.

Nunca he conocido a una persona simple. Todos somos seres complejos. Capaces de lo mejor y de lo peor. Nos define nuestro interior, la herencia de nuestros ancestros, el conocimiento adquirido. Nuestra vida se va esculpiendo con el paso de los años, unas veces con la habilidad de Miguel Ángel, otras con la torpeza de un aprendiz.

Alguna vez, sentado al borde de una peña, he reflexionado sobre el modo en que he aprendido a ver las mismas cosas de manera tan diferente con el paso de los años y las experiencias. Nada es inamovible por más que pensemos lo contrario. Pasamos de la nitidez a la presbicia sin darnos cuenta. A nuestro cerebro le pasa igual que a nuestros ojos. De cuando en cuando necesita una aclaración, para poder ver lo mismo de diferente modo.

Las cosas buenas que nos ocurren no tendrían peso específico sino se pudiesen comparar con las malas. No existiría la felicidad sin conocer la tristeza. Atesorar momentos felices siempre será un freno eficaz para esos instantes en los que la zozobra amenaza. Somos mucho más fuertes de lo que creemos, tanto que podemos partirnos a nosotros mismos si no vamos con cuidado. Tenemos la capacidad de asirnos al recuerdo agradable en detrimento del malo.  

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