LOS PRESENTES INVISIBLES
Nací en un tiempo en el que las normas
de cortesía y la educación se valoraban por encima de todas las cosas. Uno
podría ser pobre materialmente pero la educación te situaba a la par de los
demás. Pues gente con más cosas que otro siempre habrá. Por fortuna la educación
no se compra.
Con el paso de los años y los muchos y extraordinarios
avances tecnológicos, empezamos a situar a la formación como eje social. Y está
muy bien que una sociedad esté formada, que se fomente el espíritu crítico, que
ayude a tener conciencia de clase. Un elemento vital para determinar dónde y
cómo nos queremos situar en el universo particular de cada uno. Por el camino
la clave de bóveda social (la educación) se iba arrumbando.
Internet trajo avances en todos los
campos del saber. Puso el conocimiento al alcance de todos. Las comunicaciones
cambiaron. Las distancias dejaron de serlo (la menos de manera virtual). La invasión
de los teléfonos inteligentes desplazó al fondo de la estancia social la
interacción personal en favor de un nuevo modo de comunicarse. Hablamos a
través de la pantalla mucho más que cara a cara.
Nos hemos convertido en presentes
invisibles; estamos con personas en la misma mesa que optan por mantener una
interacción con alguien a través de la pantalla, obviando a los presentes. Resulta
triste ver a jóvenes (y no tan jóvenes) parejas compartiendo una comida y
apenas dirigiéndose tres palabras. Y, sin embargo, sonríen, escriben e incluso
se hacen fotografías que comparten con los ausentes de la mesa. A la postre más
importantes.
La educación, además de ayudarte a
tener una mejor interacción con tu interlocutor, te permite disfrutar de los
infinitos intangibles de una buena conversación mirándote a los ojos. Descubriendo
a quien tienes enfrente, apreciando en su gestualidad como son en realidad. Dos
segundos de cruce de miradas son cien veces más importantes que dos horas de conversación
escrita en un teléfono.
La irrupción de todas estas nuevas
tecnologías: internet, teléfonos inteligentes, etc. Nos ha sumergido a todos en
la vorágine de la inmediatez, del aquí y ahora que, posiblemente, sólo exista
en la pantalla de unos pocos. Queremos estar en todos los lados a la vez. Atender
a todos los ausentes ignorando, muchas veces, a los presentes. Hablamos de lo
que ocurre a miles de km porque está en boga en ese instante… y soslayamos
nuestra propia realidad. Que una triste realidad no destroce una alegre
falsedad.
Es posible que sea un antiguo, pero
sigo creyendo en la verdad que pueden observar mis ojos en directo. Sigo prefiriendo las imperfecciones de mi
realidad al filtro de una aplicación informática. Diez minutos de paseo con tú
pareja, tus amigos, tus padres o tus hijos; sin más compañía que la presente,
aportarán más tangibles e intangibles a tu vida que horas de pantalla.
Y no desdeño las posibilidades de los
medios, al contrario. Pero debe de haber un tiempo para todo.
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