UNA UTOPÍA DISTÓPICA
Nos han
vendido la Democracia occidental como modelo utópico de lo que debe de ser una
sociedad. Libros, programas de radio, televisión…ahora internet. Bombardeos constantes
sobre las bondades de un modo de gobierno que traslada el Antiguo Régimen a un
concepto más actual pero qué, en realidad, se asemeja demasiado. Cambiando reyes
de otros tiempos por prebostes de las finanzas o la empresa.
En realidad
estamos mucho más cerca de un modelo distópico. En el que el poder totalitario
lo ejerce el dinero y la ideología capitalista empuja a la sociedad contra la
pared. Un modelo en el que se arrinconan las enseñanzas que puedan aportar
clarividencia al pensamiento social y se elevan a la categoría de esenciales a
las que ayudan a convertir a las personas en ovejas.
Vivimos un
tiempo en el que las adormideras entran en nuestras vidas a través de pantallas
de alta definición en lugar de las agujas de los guetos. Se trata de adormecer
y adoctrinar. Adormecer las mentes por medio de mensajes repetitivos en medios,
series, películas, juegos… Adoctrinar desde el continuo bombardeo de mensajes
encaminados al control social por medio de la compra, la geolocalización de las
fotos, la obligación de las cuentas corrientes, etc.
Hasta hace
veinticinco años todavía era fácil encontrar a sociedades que se mostraban
incrédulas al observar nuestras cuitas personales. Pues el “desarrollo” no
había arrasado con la esencia que se encuentra en el interior de los que pueden
imaginar. Hoy día la imaginación se ha visto arrasada también en aquellos
lugares. La voracidad del sistema ha llevado las parabólicas (y con ellas el mensaje) a
tejados de zinc antes que los alimentos a los que residen bajo ellos.
No es
fácil ir a la contra. Revertir esta distopía sólo será posible por pura fagocitación
se sí misma. La voracidad del sistema le llevará a comerse a sí mismo. Eso sí,
el coste está siendo y será dramático. Tanto en vidas por guerras ideadas,
hambrunas creadas, necesidades ficticias… como a nivel cultural y natural. La creatividad
no se premia salvo que vaya en la dirección correcta; y la naturaleza,
lamentablemente, parece importar solamente para las fotos de Instagram.
Se me
ocurre una solución tan evidente como, muchas veces, difícil: salirse del
redil. Hacer una inmersión en los clásicos para advertir que nada es tan nuevo
como parece. Que podemos ser resilientes a poco que encontremos las
herramientas necesarias. Dejemos de ser ovejas.
Nada hay en el mundo tan común como la ignorancia y los charlatanes.
ResponderEliminarCleóbulo de Lindos