MANOS
Recién salidos a la vida, presos de la desazón que nos produce llegar a este mundo, nos asimos a los dedos de nuestros padres. Asidero imprescindible; nuestro primer encuentro con ellas
Crecemos caminando por nuestra niñez en un juego del escondite permanente con ellas, ahora me agarro, ahora me suelto. Las primeras cuando queremos ser mayores; las segundas cuando no lo queremos tanto.
Y así empezamos a ser conscientes de la vida a través de ellas; de las formas que vamos descubriendo, memorizando. Sentimos con ellas frio y calor, a nosotros mismos.
Y, de pronto, el rubor hace estallar nuestras caras por el tierno rozar de las nuestras con las suyas. ¡Qué sentimiento tan maravilloso! El primer paseo agarrados no tiene comparación. Pues ese es el iniciático; el que nos cuenta cosas del otro. El que nos transforma y nos mece en ese primer sueño de amor.
En el recorrido de nuestra existencia aprenderemos con ellas a trabajar. Iremos recorriendo anatomías, provocando sensaciones. Sentiremos rechazo a través de los gestos que son capaces de transmitir.
Y en el epílogo del recorrido vital de aquellos que fueron fundamentales en nuestras vidas, las buscaremos, con la necesidad de la despedida…
Miles de millones de manos en el mundo y ninguna igual a otra. Cada una con sus matices, con sus historias.
Las manos lo son todo. Supongo que Miguel Ángel mientras pintaba la Capilla Sixtina, en algún momento, se miró las manos perplejo; mientras los ángeles gritaban “olés” ante semejante maestría.
Hace unos días, observando a Isabel y a Fernando en Teruel, (agarrados de la mano para la eternidad) recordaba unos versos de Vicente Alexandre que decían así;
“Manos de amantes que murieron, recientes,
manos con vida que volantes se buscan
y cuando chocan y se estrechan encienden
sobre los hombres una luna instantánea.”
Comentarios
Publicar un comentario