CONTRA LA PARED


 

De camino me rondaba tu imagen, tus labios, tus ojos mirándome, tus manos…y la agitación aumentaba. Apenas era capaz de concentrarme en los pasos que daba hacia tu casa, con la mente jugándome una mala pasada en forma de inesperada dureza dentro de mis pantalones.

Nada del otro mundo de no ser por lo ajustado del pantalón de deporte y de las miradas furtivas que uno imagina siempre en tal situación. Aunque, a decir verdad, no me importaba. Tuya era la responsabilidad, aunque no fueses consciente de ello.

En el portal hube de estar un buen rato haciendo tiempo antes de timbrar. No quería llegar de aquella manera a la cita. Se trataba de un café, de un rato de conversación, de un momento de miradas y sonrisas…

Relajado, más por la súbita aparición de una aviesa vecina de mirada inquisitiva que por mis ejercicios mentales, entré en el ascensor; tratando de pensar en lo cuadrado que era el techo de aquel elevador. A veces la mente busca refugio en lugares insospechados.

Fue cruzar el umbral de la puerta y todo volvió a su lugar: los pensamientos, los deseos, las durezas… olía a ti toda la estancia. No sé porque nos abrazamos nada más entrar, pero sí sé que después no fue posible parar.

Apoyada contra la pared mis manos buscaron tu cintura, y mi cuerpo se apretó contra el tuyo. Nuestros ojos se comunicaron con la inmediatez de la luz y las pulsaciones aumentaron dramáticamente. Dos cuerpos rozándose con la intensidad suficiente como para derribar aquel tabique o derretir el metal más pesado.

Mientras mis labios buscaban tu cuello y describían la parábola de tus lóbulos, tus manos se encontraron con mi prisionera. Una reclusa palpitante que buscaba una salida desesperadamente. Por entonces mis manos habían reconocido tus glúteos, tus senos y buscaban más allá…y te encontraron.

Encontraron un calor sofocante al que la liberada acudió con rapidez, buscando el fondo de la estancia con la misma intensidad que el percusionista de una orquesta golpea los timbales. Y allí mismo, contra aquella pared encontramos acomodo para nuestros deseos.

Dos cuerpos sudorosos se miraban sentados en el suelo, sonrientes y con las piernas ardiendo del maravilloso esfuerzo. Fue entonces el tiempo para el café. Sin duda uno de los que mejor gusto ha dejado en mi memoria.

¡Suena el reloj, maldita sea!!  Te has desvanecido, sustituida por el puñetero sonido del despertador. Sólo recuerdo que era contra la pared…y sonrío. Quizás un día ocurra. Cuando te conozca.

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