El lugar en el que nos unimos

 En estos tiempos de redes sociales y comunicación inmediata a miles de kilómetros,  uno se da cuenta de lo difícil que empieza a ser mirarse a los ojos; observar al otro, disfrutar de su mera compañía. 


Nos hablamos sin mirarnos, cada uno  absorto en la pantalla de su teléfono sin reparar en esa parte tan importante de la comunicación,  observar. 


Alguien, en alguna escuela de antaño dijo (mientras sus alumnos no paraban de hablar):"dejenme ponerme las gafas para escucharles bien".


Es cierto que la tecnología puede impedir que la soledad inunde las vidas de personas que viven aisladas. También que gracias a ella disponemos de una magnífica herramienta para salir del ostracismo intelectual en el que no pocos viven. Sin embargo,  este abrazo a la modernizad se ha llevado por delante el intangible de una mirada; la calidez de una palabra dicha a los ojos.  


Vemos la vida de los demás a través de sus publicaciones. Las comentamos o seguimos sin pensar en la veracidad de las mismas. Juzgamos y nos juzgan por un conjunto de imágenes que, muchas veces, pueden representar una realidad, pero otras muchas sólo desvían la atención de lo que verdaderamente subyace. 


Deberiamos de buscar los lugares en los que nos unimos, como amigos, como pareja, como comunidad... Acudir a esos lugares comunes en los que no hace falta un like y sí una sonrisa. Encontrarnos físicamente y entablar una conversación,  reír,  llorar, sentir... 


24h sin más medios tecnológicos que los marcapasos para seguir viviendo si fuese necesario. 24h de redescubrir  a los demás sin filtros que nos modifiquen. 24h de realidad tangible. Porque, al final,  la vida comienza y termina en primera persona.

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