VIVIR SIENDO OBSERVADOS
La libertad significa que no tienes obstruido vivir tu
vida como tú eliges. Algo menor es una forma de esclavitud (Wayne Dyer). Toda una
declaración de intenciones que pone de manifiesto, hoy día, que llevamos camino
de ser esclavos de los amos invisibles que nos manejan cómo y cuándo quieren.
Vivimos observados por miles de cámaras que adornan
nuestras calles; cómo una suerte de modernas gárgolas. Aquellas estaban destinadas
a vomitar agua cuando llovía, las actuales están para cercenar nuestra
libertad. Enarbolando, eso sí, la bandera de la seguridad. Un mantra construido
a través de los medios. Y que hemos
comprado sin pestañear.
Si uno reflexiona brevemente sobre lo que acontece, como
con sordina, a nuestro alrededor. Y se da cuenta de que vivimos prisioneros de
un sistema que tiene como fin una suerte de esclavitud moderna en la que
hacemos lo que nos manden; creyéndonos dueños de nuestras ideas.
Hace cinco o seis décadas nos molestaba que alguien nos
vigilase tras un visillo, agachado desde un coche aparcado… hoy nuestras
imágenes, audios, etc. Van de empresa en empresa. Son desmenuzados en base a
diferentes algoritmos que deducen el momento exacto en el que vamos a tener un
coito en los próximos días. Y ese día, al abrir el teléfono nos saldrá la propaganda de un determinado
preservativo. Y no, el teléfono no es inteligente; en absoluto. No somos más
que tontos útiles en un universo creado para vivir una fantasía permanente.
Uno puede alejarse de occidente pensando que las cosas
pueden cambiar; y lo hace, pero no en la medida que pensamos. Lejos de aquí el
control se centra en crear necesidades donde en realidad no las precisan; si
acaso, comer mejor. Millones de malas casas, con tejados de zinc o de madera,
con tejados poblados de miles de antenas parabólicas. Antenas que controlan
aquello en lo que deben de pensar los que no tienen carreteras pero sueñan con
un buen coche. Un día, alguien incorpora a ese universo un teléfono “inteligente”
y la rueda empieza a moverse. En un corto espacio de tiempo el poblado tendrá
más medios audiovisuales que mazorcas de maíz. No va de comida sino de deseos
baldíos.
Orwel barruntaba a finales de los años cuarenta del siglo
XX, lo que se nos venía encima. Y así ha sido. Con otras figuras, de un modo
más sigiloso, pero mucho más invasivo. A pesar de no parecerlo. Y lo triste es
que hemos renunciado de manera voluntaria. Somos parte del rebaño, corderos
esperando su turno.
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