DARLE LA VUELTA A LA TRISTEZA

 

¿Quién no se ha sentido triste alguna vez? Saborear el jugo amargo de la tristeza forma parte de todo lo que nos hace humanos. Aunque no todo el mundo lo vive o siente de la misma manera.

La tristeza y la alegría suelen ser compañeras de viaje. Aunque no somos conscientes de la presencia de una de ellas cuando lo somos de la otra. Pero van juntas. No podría ser de otro modo. Sabemos que estamos tristes porque hemos conocido la alegría, y viceversa.

Podría decir que conozco ambas en primera persona. Afortunadamente me he reído mucho a lo largo de este medio siglo. De tonterías  y de la misma vida; incluso de las miserias, que también las he vivido y sentido. Y he llorado, he sentido la aflicción al punto de alcanzar momentos de melancolía. Un estado, este último, en el que uno vive porque respira, trabaja porque le toca, come porque tiene hambre…pero apenas es consciente de todo ello.

Depresión, ¡qué palabra!. Tan sólo nueve letras, pero pesadas como una enorme losa. No sólo aplasta, sino que impide ver. La zozobra interior es una de las peores situaciones que se pueden sentir. Es posible que muchos la hayamos mirado a los ojos en el reflejo del espejo; otros, más afortunados, sólo la han contemplado en rostros ajenos. Una gran incomprendida. Un mazo más fuerte y pesado que el de Thor.

Un día, sin darme cuenta, un espejo me devolvía melancolía en medio de un momento de euforia y risa. Era algo desconcertante, ¿cómo podía sentirme así, en medio de un momento de alegría? La conclusión a la que llegué fue tan simple como obvia. No resulta fácil asimilar demasiada alegría para aquellos a los que la tristeza vapulea con frecuencia. Uno está comiendo salado toda la vida y al probar lo dulce disfruta…pero al rato se siente extraño.

Por eso aprendí a darle la vuelta a la tristeza (claro está que no siempre lo he conseguido); empecé a reconocer las señales y a poner en guardia las respuestas. Creo que todos las tenemos, pero no siempre somos conscientes de ellas. Conducir, salir al monte, hacer fotografías… han sido algunos de los asideros a los que me he aferrado estos años. A veces con más frecuencia de la deseada. Casi siempre sin el conocimiento de los presentes.

Eso también lo descubrí con el transcurrir de los años. Cuando vienen mal dadas lo mejor es pasar desapercibido. Si huelen tu dolor no harán otra cosa que recordártelo (con buenas o malas intenciones). De tal modo que si la angustia comienza a apretarme busco el modo de darle la vuelta a la tristeza. Y las mejores herramientas siempre serán las mismas. Acudir a los lugares refugio que cada uno tiene. Los míos son conocidos.  No importa si los demás sólo se fijan en el lado lúdico.

Siempre recuerdo una frase de una de mis películas favoritas, “El exótico hotel Marigold” (absolutamente fabulosa), que reza así: “Al final todo saldrá bien. Y si no sale bien, es que no es el final”. Tan simple como la vida.

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