Ellos están ahi.

 

Un hombre negro camina por la calle agarrado de la mano de una mujer blanca, sonríen. Alguien, al otro lado de la calle dice: “otro negro viviendo del cuento”.

Una mujer latina, con cara de cansancio, llena su cesta en el supermercado del barrio. Se cruza con dos vecinas del barrio. Una le dice a la otra: “estas son las que nos quitan los trabajos y los maridos”. 

Antonio y Francisco (nombres figurados) se besan apasionadamente en un banco del parque. Se ríen y se abrazan, resulta obvio su cariño y afecto. Una mujer camina con sus dos hijos pequeños que miran a la pareja: les agarra la cabeza y les obliga a mirar para otro lado mientras les mira con cara de asco. 

Son sólo tres ejemplos de los miles que uno puede encontrar en este país cada día. Personas que están ahí, que forman parte de nuestro vecindario y que representan lo peor de la sociedad. Son los que señalan con el dedo, los que se sentirían mejor si aquellos que no les encajan en su modelo social, llevasen una marca en la ropa (como una estrella de David moderna). 

El fascismo no es una etiqueta cualquiera. Quien abraza ideas xenófobas, busca la marginación de las minorías y crea la “idea” de un enemigo interno o externo. No es una buena compañía. 

Tras la Dictadura ( donde se mostraban tal y como eran) se escondieron detrás de siglas políticas  u otras organizaciones, que estuviesen “de su lado”. Las ganas de libertad de la sociedad de entonces llevó a la ciudadania a  la apertura a lo externo. Ganas de abrazar aquella cultura que les había sido ocultada por la Dictadura y sus censores. Un tiempo en el que los acólitos del fascismo y la extrema derecha agacharon las orejas aprovechándose de lo mucho bueno que traía la democracia y poniendo piedras en el camino de los avances sociales que iban “garantizando “ la igualdad. 

Hoy día, han salido de sus trincheras ideológicas y de han lanzado a lo que mejor saben: señalar, insultar, generar odio. 

Esa gente está ahí. Algunos serán vecinos e incluso amigos. Comienzan señalando las diferencias de manera peyorativa y terminan echando por tierra la convivencia. 

Resulta obvio que tenemos diferencias entre nosotros. Diferentes maneras de pensar, de sentir, de soñar, de rezar, de vivir.  La convivencia no va de imponer un modo de hacerlo, sino de respetar la manera de vivir de los demás. 

Discutir si era mejor Jesús o Mahoma no tiene ningún sentido práctico. Basta con respetar. 

Siempre he creído que el mestizaje social es la mejor manera de crear una sociedad con lazos fuertes. 

Dado que parece una quimera que tal cosa pueda suceder, al menos en el corto plazo, me alegra saber que ellos han decidido salir de sus escondites. Así podré estar atento al momento en que me señalen a mí también. Nada irrita mas a un fascista que un tolerante con los demás.

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