LOS EXPERTOS DE LA VIDA
En el aprendizaje de la vida siempre he
creído que no es tan importante la formación que uno va adquiriendo, como los
bofetones que nos da de cuando en cuando. Caminas de manera acelerada en una
dirección, sonriendo porque todo va genial y, de pronto, ¡zas! Un bofetón del
trece.
Eso por el lado marrón, porque la vida
suele tener dos caras diferenciadas y siempre hay lugar para la sonrisa y el
aire fresco. Los hay a los que la vida apenas les ha enseñado el lado oscuro. Y
otros que parecen vivir en un deja vu constante. Una suerte de “día de la
marmota”.
Cuando nos hacemos mayores atesoramos
un sinfín de experiencias vitales. Una suerte de archivo al que los más jóvenes
deberían de recurrir de cuando en cuando. Nuestros mayores son los verdaderos
expertos de la vida. No son muebles decrépitos a los que arrinconar.
Los más jóvenes tienden a minusvalorar
las capacidades de sus mayores para con el mundo que a ellos les toca vivir;
algo normal si atendemos a una mirada en corto (algo normal hasta que se cruzan
determinados umbrales vitales).
Nuestros mayores quizás no sepan
manejarse en las redes sociales; seguramente se le nublará la vista con los
nuevos teléfonos, etc. Sin embargo dan
mil vueltas a los jóvenes en algo tan primitivo como la observación del otro. Atesoran
años de sabiduría en el arte de vivir.
La vida no va de electrónica, ni de
chips, ni de algoritmos que nos dicen cómo es el sexo de los ángeles. La vida
va de intangibles capaces de destruir y de crear. La vida va de emociones,
sentimientos, deseos, anhelos… en eso no ha cambiado desde que la conocemos. Tan
sólo varía el tiempo, la inmediatez…
En otras sociedades, quizás menos desarrolladas
industrialmente, pero con más capacidad de reflexión, a nuestros expertos se
les cuida como a los mejores tesoros. Se les escucha, se les tiene en cuenta
como uno de los pilares de la sociedad. Nuestro error, como porno sociedad,
estriba en las ansias de arrinconar a nuestros mayores en residencias a las que
les invitamos a ir como elefantes viejos. Decapitamos premeditadamente uno de
los pilares de nuestro conocimiento social.
Deberíamos de preguntarnos qué razones
nos llevan a ello. El progreso, para muchos, parece que se encuentra tras el
abandono de sus mayores; para otros reside en la explotación comercial de los
mismos… y es desalentador.
Consciente como soy de las limitaciones
físicas que un anciano tiene llegada una edad, entiendo que su sapiencia vital supera con mucho la mía. Y por
ello conviene escuchar con la mirada limpia y el cerebro despierto. Aquello que
han vivido, con los matices del paso del tiempo y los pormenores de la
actualidad, sigue teniendo vigencia. Muchas respuestas a nuestras preguntas se
hayan en una escucha activa, asertiva.
Ojalá un día pueda alcanzar ese nivel de experiencia. Y convertirme en un
experto de la vida.
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