EUROPEOS DE PIEL FINA

 

Los conflictos armados, todos, casi nunca tienen ganadores. Finalizada la contienda quedan los sometidos y los que someten. Además de heridas que difícilmente restañarán algún día. No resulta sencillo controlar la inquina en tiempos de paz.

Los europeos nos hemos pasado la historia enfrentándonos unos a otros, o con nosotros mismos por las más diversas razones. Todas ellas arbitrarias e injustas para los que luchan y los que perecen.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial Europa quedó dividida en dos bloques fácilmente identificables, el Este y el Oeste. Además, en cada uno de los bloques hubo divisiones que establecían diferencias notables entre nosotros. Nunca nos hemos tratado como iguales en el pasado, tampoco hoy día (inquina).

Hoy los medios hablan de que tras más de 70 años sin una Gran Guerra, nos vemos amenazados por una. Supongo que eso suele decirse en aquellas naciones que no han sido parte beligerante o atacada durante este tiempo; lo contrario sería tomarnos por imbéciles.

Nunca hemos dejado de matar, pese a presumir del legado cultural e histórico que tenemos. De una manera u otra hemos instigado, hostigado, asesinado, provocado… a otros en la búsqueda de un enfrentamiento. Casi siempre por intereses económicos convenientemente maquillados con una pátina de “proceso democrático”, “garantizar la libertad”, “armas de destrucción masiva”… en el fondo subyace un profundo etnocentrismo que nos hace ver nuestro modo de vida como el único válido en el universo que observamos, desde luego, a través de un diminuto prisma.

Y todas estas maniobras políticas y bélicas llevan a movimientos de fronteras, siempre en el interés de alguien (ver Línea Verde nacimiento de Israel) que acarrean un movimiento demográfico forzado. Unas veces dentro de las mismas fronteras (asentamientos) otras, las más, fuera de estas; creando lo que hemos dado en llamar “refugiados”

Estos, los refugiados, son siempre los verdaderos perdedores de cualquier conflicto armado. No tanto por la pérdida material de aquello que era suyo, como por la vida errática que emprenden.

Para nosotros, los europeos, no todos los refugiados son iguales. Tenemos la piel demasiado fina con los que se reflejan en nuestro espejo; y profusamente curtida con los que oscurecen ese reflejo.

Si en lugar de invadir a Ucrania, Rusia hubiese invadido Turquía, los refugiados otomanos no tendrían la misma acogida en la UE. En España hoy todos hacen lo que sea preciso por ayudar a los ucranianos (lo cual es loable), mientras que si Marruecos fuese atacado por Argelia y saltasen al Estrecho de Gibraltar a miles, no actuaríamos igual (lo cual es deleznable).

Tenemos la piel muy fina, también nuestros valores son endebles. Como dice la frase atribuida a Groucho Marx: “estos son mis principios, si no le gustan, tengo más”.

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