ESA MANERA DE HABLAR

 

Siempre he tenido claro que somos palabras. Con ellas describimos, mostramos, enseñamos…y hasta amamos. Es cierto que son los hechos, que deben de acompañar a las palabras, los que van, o no, a ratificar aquello que hemos transmitido. Mas no es menos cierto que cuando escuchamos a quien nos mueve por dentro, sin importar el contexto, son sus palabras las que cimbrean nuestro interior.

Soy una persona de radio, siempre lo he sido. Desde que tengo uso de razón ha habido un transistor en mi vida; un serial radiofónico, una fórmula musical, un “parte” que escuchar delante de los humeantes platos a la hora de comer, etc. Durante ese periodo de mi vida, cuando uno es joven y más permeable a todo, aprendí a valorar el peso de las palabras en el día a día.

Recuerdo, siendo un chaval que sólo pensaba en jugar con los amigos, la inquietud de  mi tío un 23 de febrero de 81. Ese nerviosismo al lado de la radio que me hizo dejar la pelota y escuchar. Mi tío Tito, una persona segura como un ciprés, daba vueltas con el cigarro a medio liar en la mano. Tiempo después habría de valorar esa fecha como una encrucijada importante en el tiempo que me toca vivir.

No es lo mismo el deporte escuchado a través de las ondas que  en una televisión. Imposible transmitir la misma emoción. Sin duda porque mientras uno ve, deja poco margen a la imaginación; menos todavía a la creatividad del narrador. Si bien siempre habrá grandes locutores que quedarán para siempre en  la mente de quienes valoramos estas cosas (Andrés Montes, por poner un ejemplo).

Con casi medio siglo de vida ya son muchas las voces escuchadas; algunas han pasado a formar parte de ese “Salón de la Fama” que todos tenemos de manera individual en nuestra memoria: La hipérbole del periodismo deportivo: Julio Cesar Iglesias, José María García, Manolo Lama… Esas voces con valor de verdad como las de: Carlos Llamas, Iñaki Gabilondo, Julia Otero… casi todas ellas de la radio, tal vez porque ya sólo soy un clásico.

Y es que la vida, al final, está formada por una algarabía de voces que se extienden a lo largo de nuestras vidas. Voces que son parte de la banda sonora de una historia de la que somos parte importante. Cuando leemos a nuestros hijos, a nuestros amigos, a nuestras parejas… no sólo les hacemos llegar aquello que estamos leyendo; también le mostramos cómo somos. No hay lectura sin emoción, la que sea. Y en nuestra voz transmitiremos también eso. Seguro que esta es también la razón de que, en este mundo de comunicación por apps, prefiera un mensaje de voz a uno de texto.

Nunca he tenido la sensibilidad necesaria como para leer bien poesía; sí para emocionarme con su escucha, con su lectura. Parece obvio que cantar nunca será lo mío, pero hay voces que me trasladan a otros lugares, tal vez sea por esa manera de hablar…

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