RAZONES PARA SEGUIR
No son pocos los días en los que la pena nos atenaza por
dentro; nos impide ver la luz aun cuando las ventanas estén abiertas de par en
par. La tristeza tiene su fortaleza en
la capacidad de menoscabar nuestras ilusiones, nuestros deseos de alcanzar la
felicidad.
Por momentos nuestra existencia se torna de un color gris
oscuro, el ambiente que respiramos pareciera masticable…la desesperación
soterra nuestra creatividad. Días en los que nada sale bien en nuestro trabajo,
estudios…
Otrora es la salud la que fustiga lo más profundo de
nuestro ser. Ya no tanto cuando tenemos un dolor y un diagnóstico, como cuando
la enfermedad se apodera de lo que maneja nuestro entendimiento. Ahí todo se
agranda, todo parece haberse perdido…
Y sin embargo siempre existen asideros a los que
agarrarse; peldaños sobre los que evitar la caída al precipicio y hallar
razones para seguir adelante. La vida, aun siendo miserable muchas veces,
muestra siempre resquicios por los que vislumbrar una salida. Y sólo nosotros
tenemos la capacidad de agrandar el orificio y sacar la cabeza; y respirar.
La sonrisa de un hijo, la intensa mirada de quien nos
ama. El abrazo agradecido del compañero que siempre está para ayudar, las risas
por cualquier motivo y en cualquier situación…
Los atolladeros están llenos de lugares por donde salir
de ellos. No digo que sea fácil verlos, ni salir sin heridas. Pero se sale. Porque
vivir merece la pena. Abrir una ventana y respirar el olor a rocío de los
amaneceres de otoño no tiene parangón. Sentir el frío en la cara de las heladas
de invierno ayuda a hacernos sentir vivos. Porque una de las paradojas de los
que viven pensando en la muerte reside en que, las frías mañanas de invierno
nos despiertan, nos espabilan…
Dicen que el amor todo lo puede, y estoy de acuerdo. Pues
son el amor y (por oposición) el odio, quienes sacuden las sociedades desde los
cimientos. No se puede odiar a quien no se ha querido. Uno puede despreciar con
toda su alma a cualquier sátrapa, asesino, etc. Pero para odiar, hay que haber
amado antes. Y no poco. Me quedo entonces con el amor, motor del todo por la
nada. Sí, por la nada, pues cuando el amor tiene intereses, ya no lo es.
Creo haber conocido muchos de los sinsabores de la vida. Quizás
más de los que, en realidad, soy consciente. Pero siempre me he quedado con los
sabores, con las cosas buenas que me han ocurrido. A veces remangado hasta las
axilas, pero buscando la manera de salir del pozo. Y ojo, que es relativamente
fácil quedarse al fondo; lamentando una y otra vez la mala suerte.
Hay muchas razones para seguir pero, a mi juicio, una por
encima de las demás: el deseo de experimentar, de sentir, de vivir. Aunque para
ello uno deba de llorar, curarse las laceraciones… Conviene, de cuando en
cuando, llevar el alma a la lavandería. Tampoco hay que flagelarse por los
errores cometidos. Y no será fácil nunca, pero ¿razones? Tantas como estrellas.
Así que nada como sentarse en medio de la naturaleza, una noche clara, y descubrir cuantas oportunidades se han pintado
en el techo de nuestra vida.
Vale la pena seguir. Seguro!
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