LA CEGUERA

 

Dice la voz popular: “no hay más ciego que aquel que no quiere ver”. Y esa parece una evidencia ante las situaciones que se están dando, día sí y día también, en nuestros pueblos y ciudades.

No sé en qué instante las vidas dejaron de tener valor; el recuento de muertos pasó a ser una cifra intrascendente más en el batiburrillo de datos que nos aturden cada día desde medios, redes, etc.

Nunca hemos tenido tan a nuestro alcance tanta información para utilizarla de peor manera. Hubo un tiempo en el que la información llegaba por escasos canales y con un determinado sesgo; apenas había espacio para un cuestionamiento en primera instancia por la falta de evidencias con las que poder contrastar. Y aun así se ponía, no siempre, en solfa la información recibida.

Ahora que estamos a un clic de poder cotejar aquello que nos cuentan o vemos, nunca nos hemos mostrado más timoratos para enfrentarnos a la realidad.

Orwel podría, perfectamente, publicar hoy su obra más influyente, “1984” y estaría más vigente que nunca. Con una salvedad, nuestra ceguera es voluntaria, acomodaticia…lamentable.

Uno recuerda como, allá por abril de 2020, salían a los balcones a aplaudir a nuestros sanitarios por su esfuerzo, tratábamos de hacer “lo correcto” para que la dura eventualidad que sufríamos pasase lo antes posible. Las lágrimas afloraban en nuestros ojos ante la cascada de defunciones…. Las críticas se las llevaban el Gobierno (como si fuesen ellos los responsables del virus).

Una vez nos abrieron la mano abusamos de la confianza dada. Ejercimos de lo que mejor sabemos hacer: de españoles orgullosos, de tontos del culo saltándonos las recomendaciones porque ya habíamos “sufrido” mucho. ¡Increíble!

Pasan los meses y la vorágine de expertos y eruditos de cafetería llenan todas las portadas y tertulias. La mayoría hablan con la misma seguridad de lo que estaba sucediendo que podría hablar yo de la metafísica de los cuerpos celestes en la órbita de Plutón…ninguna. Pero lo la ceguera social impedía ver más allá.

Las cifras siguen subiendo, los muertos incrementando la cuenta de resultados de las empresas funerarias; los malos políticos haciendo su agosto porque la sociedad que debe de elegirlos opta por mirar para otro lado. Nos engañan con mil y una cuestiones y nadie parece darse por enterado.

Esta crisis sanitaria que, no olvidemos, sigue a una económica brutal está sirviendo para muchas cosas, la mayoría penosas para nosotros: la pérdida de vidas humanas, el lamentable recorte de derechos y libertades; el aborregamiento de una sociedad que todo lo traga con tal de disfrutar de sus vacaciones…

El movimiento 15M surgió de la necesidad de una generación de reclamar un espacio diferente; de la búsqueda de una ruptura con un modelo que ya daba muestras de fatiga; con un descontento general con lo que, hasta entonces, había sido un modelo más o menos impuesto. Años después apenas hemos cambiado nada; si acaso estamos ante una sociedad que ha involucionado en sus valores y que, corre serio riesgo, de verse fagocitada por su incapacidad de creer en la capacidad de cambiar.

Mucho me temo que en un par de años, y ojalá me equivoque, volvamos a estar en la misma situación política y social anterior. Con una particularidad que antes no era visible y ahora sí. Aquellos que gozaron con el sometimiento, la burla y la fuerza; y que habían permanecido más o menos agazapados tras siglas moderadas; tienen hoy tribunas desde las que tratar de someter, vejar, burlarse…. Y la sociedad parece seguir ciega, aun cuando un abismo se sitúa a sus pies.

 

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