DIAS GRISES

 

Gris, así es el color del horizonte que tiene ante sus ojos. La melancolía reflejada en su cara, tal vez los recuerdos de un tiempo mejor, quizás el anhelo de poder alcanzar lo que jamás ha tenido.

A veces mira por la estrecha rendija que queda entre la puerta de su habitación y la sala, gira la cabeza y pone la oreja en el hueco. Sabe que todo pasará pronto, pero ya tiene ganas de que ocurra. Está cansado de los arrebatos de quien le ha borrado la sonrisa de la cara.

Pero el tiempo pasa, cadencioso, convirtiendo en masticable ese sinsabor que la vida ha arrojado contra él. Sin más, porque sí. Afortunadamente no es el único, más de un amigo vive cosas parecidas. Pero no están solos. Él es el único que no tiene a nadie con quien compartir las puñeteras gracias de la vida.

Al fin se escucha el crujir de la madera; alguien camina en el espacio contiguo. El miedo le hace saltar a la cama e introducirse bajo las mantas. Lo más prudente, en estos casos, resulta hacerse el dormido; aunque no siempre cuela.

Han descolgado la clavija que cierra la puerta por fuera. No ha sido ella, pues siempre que lo hace entra, se acerca y le besa. Ha sido él, jamás entra. Tan sólo tose al otro lado y enciende un cigarrillo. Con suerte se lavará la cara, se peinará y saldrá de casa para estar con sus amigos. Para ser el farol que alumbra las vidas de ellos. En casa no, para dentro siempre un tenue candil que funde los negros de las paredes con la vida marchita de ella.

No se va, hoy no se va… tocará cenar poco o nada. A hurtadillas, tratando pasar desapercibido, en cualquier momento caerá una de esas broncas sin sentido. Fruto del alcohol, de la miseria…

-       ¡Sal! Ve a la tienda a por cerveza. ¡Corre!

A toda prisa se calza las raídas zapatillas que hay bajo la cama. Abre la puerta de la habitación con la cabeza baja, sin apenas mirar poco más allá del final de los pies. Ella, sentada a los pies de la cama trata de sonreír, de convertir aquel momento tenso en un episodio cotidiano más. “Las cosas son así…”

Fuera sigue lloviendo, el paraguas hace tiempo que tuvo una vida mejor. Se ha convertido un colador de copa. Pero mejor fuera que dentro. Sin apurar, pero sin demorar demasiado hace el viaje de ida y vuelta con el cubo y las botellas de cerveza. No serán más de quince minutos. Un cuarto de hora de aire puro y tranquilidad.

La casa está dividida en dos piezas: la cocina y lo demás. Discuten cuando llega, los gritos se pueden escuchar desde la carretera. Nada de lo que dice tiene sentido, pero sólo queda callar y esperar a que se duerma. Mañana será otro día, se irá a trabajar y mientras eso sucede, el color regresará a la vida.

Sin embargo esta noche tocará dormir fuera, en la pequeña terraza cubierta que da acceso a la vivienda. Él ha decidido que no son dignos de entrar. Ella le abraza, le dice que no pasa nada…pero sabe que sí ocurre,  mas está acostumbrada a que los demás miren para otro lado. Hay momentos de la vida en las que todo es un asco.

 Así que se acurruca en una esquina. Él ya ronca dentro, ella trata de montar una cama improvisada. Será una noche larga, fría, triste…pero acabará al alba.

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