EL VIAJE INTERIOR

 

Un día alguien me dijo, cuando era pequeño: para vivir sólo hace falta una cosa, tener ganas de vivirla. Y, a pesar de las muchas zancadillas que esta me ha puesto, no puedo estar en desacuerdo con aquella afirmación. Siempre he sido de la opinión de que tenemos sólo una y tenemos la obligación de aprovecharla.

Claro que una cosa es vivirla y otra hacerlo sin que, en el trayecto , las laceraciones hagan más o menos mella. Las heridas duelen, claro que duelen. A veces la mochila que llevamos a la espalda parece pesar el doble tan sólo porque el dolor se hace insoportable y reduce nuestras capacidades.

Mientras las experiencias vitales son reducidas uno camina con paso largo y firme, casi en una continua visión en túnel. Sin miedo a ir de la mano de nadie pues el peso soportado apenas impide avanzar.

Con el tiempo uno aprende a caminar a paso más lento y a disfrutar de una visión panorámica de la propia vida. Acepta que no puede avanzar tan rápido y que, además, hacerlo de la mano de alguien lleva implícitas ciertas incomodidades, pues al llegar a los pasos estrechos el grosor de las mochilas puede hacer, casi imposible, caminar a la par.

En esas encrucijadas conviene hacer siempre un viaje interior que nos ayude a determinar si vamos a hacer un punto y seguido o un punto y aparte. No es tiempo para suspenses pues la certeza más inexorable se ve cada vez más cercana.

He pospuesto ese viaje más de una vez, aferrado a la esperanza de ser capaz de seguir avanzando como hasta ahora; pero ya no es posible. Podría forzar y aguantar un poco más pero… ¿para qué?

Para mi ya no es posible continuar del mismo modo. Observo al que me saluda desde el otro lado del espejo y veo que debe de cambiar el rumbo y emprender un camino diferente. No va de cambiar la forma de avanzar (ya que es inherente a quienes somos) sino de fijar un rumbo nuevo y continuar.

Es tiempo de pasar la mochila a la parte de delante, de poder abrirla de vez en cuando y disfrutar del aprendizaje de la experiencia; de vaciar aquello que supone un lastre. Momento de transitar por el mundo como un aimara. Ellos creen que el futuro está a nuestra espalda y el pasado delante, pues sólo conocemos aquello que ya hemos vivido.

La introspección supone un encuentro con los fantasmas; implica mirarse sin filtros. Pero siempre resulta un fantástico ejercicio. No exento de dolor, pero necesario. Me apetece continuar viaje pero ya no de cualquier modo.

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